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Manuel Pecellín

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HERNANDO DE SOTO

Natural de Carmona y doctor en Historia de América, Esteban Mira, que
pasó a Extremadura como profesor de Bachillerato, tiene publicadas una
veintena de obras y ha suscrito un centenar de biografías en el
Diccionario Biográfico Español de la Academia de la Historia.
Distinguen sus estudios tres características básicas: atención a las
fuentes documentales, conocimiento de la bibliografía histórica
clásica y reciente e independencia de criterio, lo que más de una vez
le impulsa a contradecir tesis tradicionalmente aceptadas. Así lo
demostró en trabajos como Hernán Cortés. El fin de una leyenda (2010)
y lo confirma esta biografía del “Conquistador de las tres Américas”,
según llama a Hernando de Soto.
Aunque no ha podido tdeterminar el año (1500, aprox.), ni el lugar de
su nacimiento (Jerez de los Caballeros, Badajoz o Barcarrota), así
como otras lagunas de este “carismático individuo” (Max Weber), la
personalidad de quien dejase la vida en las riberas del recién
descubierto Mississippí se percibe a través de estas páginas, poco
condescedientes con cualquier espíritu hagiográfico,
extraordinariamente atractiva.
Las obras de Fidalgo de Elvas (Expedición de Hernando de Soto a la
Florida, Madrid, Espasa Calpe, 1965), el Inca Garcilaso de la Vega
(La Florida del Inca, Madrid, FUE. 1982), Luis Villanueva (Hernando de
Soto, Badajoz, Arqueros, 1929 ), Miguel Muñoz de San Pedro (El
jerezano Hernando de Soto, Jerez, La Competidora, 1968) y M.C. Mena
García (El oro de Darién. Entradas y cabalgadas en la conquista de
Tierra Firme, Sevilla, Junta de Andalucía, 2011), son las referencias
bibliográficas fundamentales del rico elenco que recoge el oportuno
apéndice.
Pasado al Nuevo Mundo con apenas quince años, Soto fue personaje
sobresaliente en la conquista del Perú, junto a Pizarro, a quien
criticará por el asesinato Atahualpa. Enriquecido con los tesoros
incaicos (unos 38 millones de euros, se calcula), el temible guerrero
invertirá toda su hacienda, buscando honra, prez y mayores ganancias
en la empresa que a la postre le acarreará ruina y muerte: la
conquista de la Florida y demás territorios norteamericanos, donde
sóló encontrará poblaciones belicosas, escasos bienes de consumo y
apenas oro, plata, perlas o piedras preciosas, que tan ansiosamente
buscó a través de miles de kilómetros, llanuras infinitas y ríos
interminables. Casi la mitad de sus huestes procedían de Extremadura.
Pese a lo que no pocas vesse dice, también Hernando de Soto, hombre
de singular valentía y arrojo, se condujo según las crueles normas de
la guerra: “Nunca cuestionó la legalidad de la conquista, como
hicieron algunos religiosos, especialmente los dominicos, y además
recurrió a tormentos, ejecuciones y mutilaciones cuando los juzgó
necesarios, exactamente igual que los demás guerreros de su tiempo”
(pág. 33), declara el historiador, no sin insistir en que a cada
persona hay que juzgarla en el contexto que le tocó vivir.
No dejan de sorprender ciertas inexactitudes de este riguroso
investigador, que insiste en citar publicaciones de la Institución
pacense “Juan de Valencia” (en vez de Pedro) o recuerda al estudioso
extremeño Felipe (en vez de Vicente) Navarro del Castillo. Pequeños
lunares en una obra tan densa como atractiva.

Mira Caballos, Esteban, Hernando de Soto. Barcarrota, Ayuntamiento y otros, 2012

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