Ya lo sé, es un tema muy machacado. Continuamente te recuerdan que las cosas materiales no dan la felicidad, que si no eres feliz con lo que tienes, tampoco lo serás con lo que te falta. Podría ser más original y hablar de cosas que nadie haya hablado antes, pero soy así, soy feliz.

Y me gusta tener una buena casa, un buen coche, un ordenador. Me gusta comprar tecnología, viajar y salir a cenar. Me gusta ir al cine, comprarme ropa y beber buen vino.
Y me gusta soñar con mejores casas, mejores coches y mejores vinos. Planeo las cosas que haré cuando me toque la lotería. Cosas que compraré, cosas que haré. Cosas.

Y a pesar de todo, soy feliz.

Todo aquello que voy consiguiendo en la vida, todo aquello que me ha ilusionado en algún momento, hace que me sienta feliz, claro, aunque se trata de una felicidad fugaz, que dura lo mismo que tardo en proponerme el siguiente reto, el siguiente objetivo o capricho. Todos estos logros son como trofeos que adornan el pasillo de mi vida, pero no dejan de ser trofeos, adornos, que pueden hacerte más atractivo el camino, pero que como te detengas demasiado en su contemplación (incluso adoración), ese pasillo puede convertirse en un corredor de la muerte. Porque estas cosas, mis trofeos, me pueden hacer feliz instantáneamente, pero la sublimación de todos ellos no impedirá que siga siendo feliz, porque así lo he decidido.

Uno de Los cuatro acuerdos de Miguel Ruiz dice: “Sé impecable con tus palabras” y es lo que pretendo haceros entender, cuando digo que las cosas que adornan mi pasillo me hacen feliz y a pesar de todo, yo SOY feliz, porque mi felicidad no es una felicidad condicionada, no está hipotecada a lo que tengo, ni me convierte en infeliz lo que deseo. Mi felicidad es una decisión, no un estado. Y he decidido ser feliz de manera impersonal, atemporal, inmaterial. Mi felicidad es mía y de nadie más. Pobre de mí si ella depende de los viajes que hago, del reloj que uso o del vino que bebo. Pobre de mí, si mi felicidad la pongo en manos de mi maravillosa mujer, mis adorables hijas, de amigos o padres.

Te propongo un ejercicio. Despréndete o renuncia a algo que te guste, de manera voluntaria, porque sí. Renuncia a ver ese partido de fútbol, despréndete de tu taza de la suerte, regala tu colección de dedales. ¿Te sientes bien o mal? ¿Te encuentras liberado o desdichado? Creo que con este simple acto voluntario te puedes hacer una idea de las ataduras que tienes, aun sin ser consciente de ellas. Si consigues hacerlo, además de aligerar el peso de tu mochila, estarás entrenando tu voluntad, domando tu ego, alimentando tu “yo” espiritual a costa de tu “yo” material. Resulta fácil decirlo, ¿verdad? Quizá haya que empezar con algo más sencillo (o no) como guardar ayuno, que aunque parezca una tontería, puede reportarte el mismo resultado. No en vano, renunciar a algo no deja de ser un ayuno no alimenticio.

Sea como sea, te animo a que decidas ser feliz. Verás como las cosas se ven de otra manera, verás que tu independencia emocional se va autoalimentando hasta que un día te pares a reflexionar y descubras que, si antes decías que estabas feliz, ahora no lo estás, ahora ERES FELIZ.

Feliz día a todos. Feliz felicidad.