La primera vez que oí la palabra ‘figuroneo’ fue al fotógrafo Ceferino López, uno de los pocos artistas de la imagen al que he visto usar cámaras Leica para sus trabajos de prensa y uno de los primeros fotógrafos extremeños que aplicaron la informática para indagar en los arcanos de la imagen. Pero bueno, ya hablaré otro día de Ceferino, ahora lo que intentaba es hablar del ‘figuroneo’, una anomalía contemporánea cuyos principales rasgos dibujarán los sociólogos antes que los académicos, pues la palabra creo que no aparece aún en los diccionarios de uso, aunque la he leído en textos de escritores andaluces e iberoamericanos.
Hijo directo del ‘figurear’ ?según el Diccionario de la Real Academia (DRAE) «tratar de representar el papel de protagonista o el de una de las personas más importantes»? y primo hermano de ‘figurón’, ?según el DRAE «hombre fantástico y entonado que aparenta más de lo que es»?, la palabra figuroneo vendría a ser algo así como acción o ejercicio de figuronear, un verbo que conjugan a la perfección algunos políticos (o sus adlátares) en tiempo de campaña electoral o en cualquier acto con repercusión pública.
¿Cómo descubrirlos? Los fotógrafos de prensa les tienen calados. Los campeones del figuroneo son esos personajes capaces de empujar a las ancianitas o a los niños para abrirse un hueco a codazos y salir en la foto; aunque los más peligrosos son los que yo llamo ‘intuitivos’ del figuroneo, esos que programan su estrategia de presunción, apariencia y ‘fantasmeo’ con la misma naturalidad con la que un borracho se pimpla el primer cubata. Amigos de aparentar, de engañar, de insinuar, de sonreír falsamente, los plusmarquistas del figuroneo intentan ser el niño en el bautizo, el novio en la boda, el muerto en el entierro y, por estas fechas, miren con atención en el portal de Belén pues igual se los encuentran haciéndose pasar por los Reyes Magos.