Hay días en que la felicidad no parece una meta inalcanzable. En miles de ordenadores ha entrado el virus ‘Kamasutra’, que tiene un nombre engañosamente atractivo ?de sexo para gimnastas? y que aspira a exterminar los discos duros.
En el mundo crece como un reguero de pólvora el enfurruñamiento Oriente-Occidente por las caricaturas de Mahoma, a pesar de que en la vieja Europa, al menos desde la Revolución Francesa para acá, la separación entre los poderes terrenales y celestiales parece un asunto incuestionable.
Así que después de releer a Jonathan Swift y su ‘Modesta proposición para impedir que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres y para el país’, escrito en 1726, se me ocurre pensar que acaso nuestra felicidad resultaría menos esquiva si prohibiésemos radicalmente las escuelas de idiomas y el tráfico de personas entre países. Es una idea.