A mi hija le piden en su Facultad que presente un trabajo relacionado indirectamente con el Periodismo y a mí me toca, ?para garantizarme que en el futuro la residencia de ancianos en la que me aparque, no sea de las más baratas? me toca, digo, colaborar con ella facilitándole unas pocas ideas para ese trabajo.
Aprovechando el encargo, traigo aquí las notas que le he remitido sobre el periodismo ?o mejor, sobre las columnas de opinión, no sobre el trabajo informativo? y así mato dos pájaros de un tiro (quiero decir que cumplo con dos obligaciones a la vez).
Una columna no tiene por qué ser un editorial, aunque en ella puede decirse lo que se piensa y más (¡oh!, gran Quevedo) si además lo que se dice es en lo que cree el autor. Una columna no es una novela, pero entre sus líneas puede arraigar la semilla de la historia humana más emocionante. Una columna de opinión no es una balanza, pero puede facilitarnos el peso de las cosas que importan. Una columna no puede ser tan sólo un látigo, pero tampoco puede limitarse a ser un incensario, o un ambientador de interiores. Una columna de periódico no puede quedarse en nariz de payaso ni en anuncio de funeraria. Una columna no es una oración, ni un poema, ni una caja de música, aunque en su interior pueda escucharse el mar como en una caracola o a veces nos haga llorar como sólo saben hacerlo los poetas. Recuerda que una columna no es un púlpito, ni un karaoke, ni una ventanilla de cobro. Sobre todo no es (en estos tiempos malos para la lírica y para la épica) una ventanilla de cobro.
A los pocos días mi hija me envió un correo electrónico dándome las gracias, de forma escueta: «Ok, Papá. El informe te ha salido algo híbrido entre código deontológico y consejos de Kalil Gibran, pero me viene de perlas… Mejoran las expectativas para tu futura residencia. Besos».