Hace pocos días el ruso Grigori Perelman
se convirtió en el tema principal de decenas de comentarios periodísticos tras
demostrar la conjetura de Poincaré (una cuestión que debe ser algo así como
demostrar la cuadratura del círculo) y, con propina: haber rechazado la medalla
Fields, considerada la más alta distinción matemática, que le iban a imponer en
el congreso internacional celebrado en Madrid.
Acaso porque la controversia en el plano matemático debe de reducir
considerablemente el número de los ‘comentaristas’ o acaso porque los españoles
somos más de letras que de ciencias, lo cierto es que en la mayoría de las
glosas que yo he leído se ponía el acento antes que en la conjetura de Poincaré
?uno de los siete Problemas del Milenio resuelto, y no me pregunten por los
otros seis? en la actitud «altruista», «rara», «genial», «descreída» de
Perelman al rechazar y no acudir a recoger la medalla Fields.
Justo tres meses antes de esa ‘espantada’ de Perelman, el día 24 de
mayo, el escritor José Luandino Vieira, de 71 años, rechazó el Premio Camoens,
la más alta distinción de la lengua portuguesa (dotado con 100.000 euros).
Luandino, que lleva veinte años sin publicar, prefirió seguir en el convento
vacío propiedad de un amigo escultor donde permanece recluido hace tiempo,
aunque no es un ermitaño, pues vive allí con su compañera. Para Luandino Vieira
es mucho más importante el silencio de su retiro que el ruido del premio y del
dinero.
Ya lo advirtió Borges, citando a Kipling: «El éxito y el fracaso son dos
impostores que uno tiene que reconocer y enfrentar». Cuesta creer que haya
titanes capaces de derrotar al monstruo de la «vanidad de vanidades y todo
vanidad». Pero los hay, aunque nos parezcan personajes extraordinarios. Y son
tanto de ciencias como de letras.
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