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Brindo por Bradomín

Con lógica bastante cargada de humor,
razonaba Julio Camba en uno de sus artículos acerca de la sinceridad y la
sintaxis. Y citaba el caso de un personaje que se negó a que le corrigieran la
mala redacción de un escrito aduciendo que de esa forma el documento tendría un
mayor carácter de sinceridad y de energía. Ese hombre, razonaba Camba, era
sincero respecto a su mala sintaxis, pero no hay que deducir que un mal estilo
literario revele un carácter noble. Y proseguía el silogismo con paradójica
ironía: «Se puede escribir de un modo deplorable y ser, a pesar de ello, un
perfecto sinvergüenza».

¿A qué me recuerda esto? A las pugnas
entre escritores. Sé que desde antiguo el ‘navajeo’ forma parte de la
literatura. Mucho antes de que Marsé laminara la imagen de Umbral refiriéndose
a su estilo como el paradigma de la ‘prosa sonajero’, Joaquín Dicenta había
hablado de «los constructores de jaulas doradas para grillos literarios» y
alguien tan lúcido y sensato como Joseph Joubert se quejaba hace doscientos
años de que «hoy en literatura se hace bien la albañilería, pero la
arquitectura se hace mal».

La lectura de un comentario en el blog de
un joven de Galicia me condujo el otro día a un postulado que Valle Inclán pone
en boca de Bradomín: «Toda mi doctrina está en una sola frase: ¡Viva la
bagatela! Para mí, haber aprendido a sonreír es la mayor conquista de la Humanidad».

A partir de ese instante, como un Saulo
maltrecho que ve la luz tras el batacazo, alejé de mí toda la literatura
circunspecta (incluido algún tratado de teoría política) y me dejé llevar por
el desenfado  descreído e inteligente de
Camba, de Catulo e incluso de Augusto Monterroso, aquel genio inversamente
proporcional a su estatura. Reírme mientras leo ya no me produce mala conciencia.
Brindo por la bagatela y por Bradomín. 

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Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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