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El mono gramático

Chisporroteó como un reguero de pólvora.
El cascabel de la sorpresa. «¿Seguro que es verdad?». «Sí, sí, acércate y
podrás verlo con tus propios ojos». Uno lo comenta, se lo dice a dos o tres y
al final la historia acaba saltando a los mensajes del móvil, el banco de
pruebas donde mejor se calibra aquello que más interesa a los jóvenes.

La historia me la confirmó mi hijo cuando
ya había dado pie a un copioso peregrinar por el campus universitario. Tengo
entendido que el acontecimiento ha suscitado la curiosidad de muchísimos
estudiantes. El caso se resume en pocas palabras: un profesor de una facultad
de ciencias -pongamos que hablo de Veterinaria-, publica en el tablón de
anuncios las notas de junio. Nada de particular: unos aprobados y otros
suspensos.

Bueno, algo sí llama la atención. Los
nombres de varios alumnos (la mayoría de ellos aprobados, por cierto), aparecen
resaltados con un color. El profesor ha añadido una nota aclaratoria junto a
las calificaciones: «Nombres coloreados: Graves faltas ortográficas. Algunas
perlas: ‘yevar‘, ‘incuvación‘, verbo ‘aber‘, ‘inconbeniente‘. Muy deplorable en
estudios universitarios, la cúspide de la educación».

Estoy
de acuerdo con ese profesor de ciencias, a pesar de que yo hubiera recurrido a
algún adjetivo más contundente que «deplorable» para calificar el panorama. Sin
embargo, rechazo caer en el derrotismo melancólico, pues el hecho de que los
propios estudiantes universitarios acudan a ver la colección de ‘barbaridades’
ortográficas me parece una actitud positiva, edificante. Se lo comento a mi
hijo y enseguida me saca del error: «Eres un iluso», me dice, «lo que más llama
la atención no son las faltas de ortografía sino el hecho de que un profesor
señale públicamente esas incorrecciones de los alumnos. Ahí es donde está el
morbo».

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Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


julio 2007
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