Durante el verano hubo años en los que a
mí me hubiera gustado ser como ese Curro que agarra las gafas de buceo y las
aletas para pirarse al Caribe. Échale un galgo.
Pero ya no me seduce la idea, y no porque
el Caribe sea más que lugar de escapada, lugar de encuentro, donde las
posibilidades de atropellar a los amigos son más altas que en la plaza mayor de
tu ciudad, sino porque aspiro a un verano con tiempo para vivir y descansar,
sin que la diversión se convierta en una tarea estresante, en la espada de
Damocles sobre tu tiempo libre.
Confío en no sucumbir durante la
contrarreloj de las ‘ilusiones forzadas’, esos dictadores implacables de los
que es difícil escaparse, y encontrar un hueco para uno mismo, para quienes
tenemos cerca o sencillamente para no hacer nada, si acaso, mirar a las
musarañas.
Este verano he renunciado incluso a
elaborar una lista de libros para leer,
pues si por los motivos que sea no termino de leerlos, más que placer el
incumplimiento me causa desasosiego. Y va a ser que no.
Así que echaré en la maleta alguno de los
que tengo sobre la mesa, -sin el ‘donoso escrutinio’ de otros años- y varios
cuadernos chinos de papel de seda para registrar algunas notas de memoria
personal. Confieso que me apetece escribir (para la más radical intimidad) y
dejar sobre el papel el testimonio de esos alegatos que uno se reserva para el
juicio final.
En su propio ‘Diario’, en una anotación
del año 1950, el portugués Miguel Torga aseguraba que «no hacer trampa en un
diario es tan difícil como pasar delante de un espejo y no mirarse». Mucho
antes, en 1918, Josep Pla anotaba en ‘El cuaderno gris’: «La intimidad es
inexpresable». Yo pienso dedicar algunos ratos a averiguar, entre las dos aguas
de ambas citas, quién tiene razón.
Hasta la vuelta.