La semana pasada estuve en Berlín. Antes de la visita me revoloteaban las imágenes terribles del holocausto, los bombardeos, el muro y la guerra fría. Pero enseguida me di cuenta de que Berlín es una ciudad que desea olvidar su pasado reciente y más allá de las ‘inevitables’ referencias históricas: por ejemplo la iglesia conmemorativa del Emperador Guillermo, ruina y memoria de la destrucción; la plaza en que fueron quemados los libros por el partido nazi o el ‘laberinto’ de hormigón en memoria de los judíos exterminados, el resto de las ‘huellas’ del cataclismo hitleriano apenas ocupa tres referencias para turistas ilustrados o conocedores de la historia. Todas las manzanas de edificios de la denominada ‘topografía del terror’, donde tenían su sede las SS y la Gestapo fueron derribadas y ahora una exposición reconstruye parte de aquel laberinto de maldad junto a los puestos callejeros en que se venden trocitos (falsos) del muro. La Puerta de Brandeburgo luce como una atracción turística aséptica y la cúpula del Reichstag, obra de Norman Foster, es un imán apabullante frente a los paneles y fotografías de aquel periodo de terror. Yo creo que Berlín, víctima a su vez de la hecatombe nazi, ha logrado sobreponerse.
En Yuste, hoy, 18 de junio, Simone Veil, una mujer que también padeció en carne propia la sinrazón del holocausto y sobrevivió a Auschwitz, recibirá de manos de los Reyes de España el Premio Europeo Carlos V 2008 de la Fundación Academia Europea de Yuste. Su trayectoria vital y profesional es la prueba de que Europa, a pesar de todo, es más que un pasado lleno de horror y más que una simple unión de mercaderes. Hay futuro. Basta pasear ahora por Berlín o por Extremadura para comprobarlo.