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Don Camilo y Peppone

El otro día viajé a Madrid por motivos de trabajo. La noticia mala es que tuve que entrar en la Audiencia Nacional y la buena que me dejaron salir. La puerta de esas dependencias judiciales es más conocida ya que la fachada de la Universidad de Salamanca. Por ella hemos visto desfilar a lo más granado de la política, las finanzas y los bajos fondos del terrorismo y sus palmeros. Vamos, que da un yuyu que espanta.

A pocos metros de ese edificio, en la plaza de Alonso Martínez, aproveché un rato de tiempo libre para visitar una coqueta librería de viejo concebida como un moderno expositor de acero y cristal. En los estantes, junto a las ediciones de saldo, duermen viejos ejemplares de Pío Baroja, de Machado, de Juan Ramón Jiménez, de Vázquez Montalbán…

Estuve a punto de adquirir un estudio crítico sobre la obra de Luis Cernuda pero pensé que no vale de nada insistir en la melancolía y al final adquirí dos obras de ‘pura evasión’, una novela de P. G. Wodehouse, ‘Psmith periodista’, y uno de esos deliciosos episodios en los que Giovanni Guareschi recrea las aventuras del cura don Camilo y el alcalde comunista Peppone.

Yo había leído de joven algunas obras de Guareschi cuando en España resultaban doblemente cómicas, por inimaginables, las diatribas entre el alcalde comunista de un pequeño pueblo italiano y ese cura preconciliar pero simpático al que el propio Cristo, desde la cruz y a viva voz, tenía que pararle los pies –y a veces también las manos– para refrenar sus ocurrencias de ardoroso redentor de almas.

Mucho antes de que en nuestro país las ideas del eurocomunismo posibilitaran una situación parecida a la reflejada por Guareschi, los divertidos encontronazos entre don Camilo y Peppone resultaban una buena lección de convivencia ‘democrática’ y un anticipo de lo que podría vivirse después del régimen franquista. Lo cierto es que la historia real, finalmente, reservó menos episodios de ji-ji y ja-ja que los reflejados en aquellas novelas, pero al menos ya sabíamos cómo era la música de la canción.

Tengo que reconocer, sin embargo, que no compré el libro de Guareschi porque me dominara la nostalgia. Lo hice con sentido práctico. Me explico. Seguramente hoy, 19 de marzo, con motivo del Día del Padre, mi hijo se descolgará con uno de esos regalos convencionales cuyo paradigma son las corbatas. ¿Y cómo agradecérselo? ¿Tan solo con un «muchas gracias» y un beso? Pues no. En realidad compré ‘Don Camilo y los jóvenes de hoy’ para mi hijo. En vez de un tratado sociológico al que difícilmente hubiera hincado el diente, con este recurso me garantizo que pasará unas horas riéndose y, de paso, aprenderá en qué han desembocado aquellos jóvenes a los que se retrata en la obra. O mejor, en qué ha terminado el espíritu de aquella generación capaz de coquetear con el maoísmo y hoy instalada en las atalayas del poder. En esas atalayas desde las que algunas ovejas negras han tenido que cruzar la famosa puerta de la Audiencia Nacional pero sin la suerte que tuve yo de que me dejaran salir.

¿Y el libro de P. G. Wodehouse?, se preguntarán ustedes. Pues ese sí que lo compré para mí. Para poder reírme sin nostalgia ni melancolía. Que no es poco.

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Juan Domingo Fernández

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Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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