A Pablo Emilio Moncayo, nacido en 1979 en un pueblecito colombiano, no le gustaba el ejército. Tampoco les gustaba a sus padres, ambos profesores, ni a sus tres hermanas. Pero el ejército podía ser el trampolín para especializarse en electrónica y apostó su vida a esa casilla. En 1997, cuando tenía 19 años de edad y ya era cabo, fue destinado a la base de Patascoy. Apenas tres meses después los guerrilleros de las FARC movieron ficha en la ruleta del destino. En un ataque sorpresa a esa base mataron a 22 soldados y capturaron a más de una quincena. Días después liberaron a todos, menos a Pablo Emilio Moncayo y a otro suboficial.
Pablo Emilio Moncayo se ha pasado en la selva doce años, tres meses y doce días con sus noches y desvelos, soportando penalidades y cadenas como si pesara sobre él una maldición bíblica. Parece el protagonista de uno de esos cuentos del realismo mágico, solo que no es de ficción. Es un hombre de carne y hueso. Y la suya, una historia real. El padre de Moncayo nunca se resignó a perder a su hijo. Hace años emprendió una campaña que le llevó a caminar más de 2.700 kilómetros por 14 países -cargado simbólicamente de cadenas- y a entrevistarse con más de diez jefes de Estado. Mientras Pablo Emilio Moncayo sobrevivía al cautiverio en la selva, su padre logró ser reconocido como el ‘caminante por la paz’ y mantener viva la memoria de los rehenes. El drama de un país.
El ahora sargento Pablo Emilio Moncayo tiene 31 años y ya está en libertad. Al fin podrá conocer a la cuarta de sus hermanas, Laura Valentina, nacida cuando él era sólo un hueco insustituible en la casa y unas pocas fotos en el álbum familiar.
Cuentan las crónicas que en la primera comparecencia ante los periodistas que asistían a su liberación, Moncayo dijo que «al ver civilización, todo ha cambiado. La tecnología me deja supremamente admirado, todos los avances tecnológicos». Y cumplió con el deseo de su padre: quitarle las cadenas que había portado durante años como símbolo en contra de los secuestros.
Protagonista involuntario de una lucha política que ha causado miles de muertos y alimenta la desesperanza en Colombia, Moncayo se ha convertido en un náufrago recién llegado a la orilla de un país que es y no es el suyo. Tan es así que a las pocas horas de su liberación responsables del gobierno colombiano criticaban abiertamente el montaje mediático de la operación, con cámaras de televisión transmitiendo en directo su viaje desde la selva profunda hasta la libertad. «Lo que preocupa al gobierno es que los secuestrados se muestren como animales de circo». El gobierno de Colombia y las FARC libran una batalla donde la propaganda y la imagen pública son armas tan efectivas como los helicópteros y las bombas. Una guerra sin reglas en la que Moncayo y los cientos de retenidos no son nada más que piezas de un ajedrez diabólico, marionetas movidas por la mano inmisericorde de la violencia.
A mí me alegra sobremanera el regreso del sargento Moncayo a la ‘civilización’. Pero lo que de verdad me conmueve es el temblor que adivino en los ojos de sus padres y de sus hermanas al verle regresar con vida. Porque no han recuperado ni una vieja foto ni un recuerdo, sino a un hombre.