En 1986, con motivo del cincuenta aniversario del comienzo de la guerra civil española, HOY publicó un coleccionable –creo que el primero que abordaba en profundidad la visión de la contienda en la región– con textos de los ahora catedráticos de Historia Contemporánea de la Uex Fernando Sánchez Marroyo y Juan García Pérez. Ese trabajo se acompañó con testimonios de personas que habían vivido episodios relevantes en ambos bandos. Los testimonios de la provincia de Badajoz los recogió el periodista José María Pagador y los de Cáceres, quien firma esta columna.
Recuerdo que hablé con un propietario de tierras cuyas fincas habían sido ocupadas; con un militante comunista de Arroyo de la Luz que vivió las elecciones del 16 de febrero de 1936, las del Frente Popular; con un jornalero de Garciaz que fue de los que ocuparon y roturaron tierras a la sombra de ‘La Agraria’; con un falangista cacereño, testigo de la proclamación de la guerra en Cáceres por parte del comandante Linos Lage. Hablé también con un concejal comunista de un pueblo cacereño que contó cómo había vivido el el 18 de julio en zona nacional; con un sargento del Regimiento Argel 27 que participó en Villamesías en los combates contra una columna de milicianos que fue exterminada; recogí testimonios sobre la muerte del alcalde Antonio Canales en las Navidades de 1937; sobre las peripecias de un ‘topo’ que permaneció escondido 14 meses cerca de Plasencia; la historia del hombre que se prestó voluntario a abandonar el Monasterio de Guadalupe para avisar del ataque de la llamada ‘Columna Fantasma’; el testimonio de un cacereño, miembro del servicio de Información de la República; la visión de aquellos días de una dirigente de la Sección Femenina y de Falange en Cáceres; la aventura de un comisario político del PCE que logró exiliarse a Francia o la historia de una mujer, prisionera del ‘maquis’ en Las Villuercas tiempo después, durante la postguerra. Más otros testimonios que no llegaron a publicarse porque todos debían ser facilitados por personas identificadas, no anónimas.
Hace 24 años, más que algunos testimonios, lo que me sobrecogió fue el miedo latente provocado por la guerra civil. Un miedo denso, sólido, a pesar de que había transcurrido medio siglo de aquella carnicería.
A punto de cumplirse 75 años de ese disparate incivil, basta mirar los periódicos para comprobar que siguen abiertas muchas heridas. Y que no pierden vigencia los versos de Jaime Gil de Biedma:
«De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España, /porque termina mal. Como si el hombre, / harto ya de luchar con sus demonios, / decidiese encargarles el gobierno / y la administración de su pobreza».
El proceso a Garzón ha rejuvenecido los nubarrones de antaño. Leyes como las de la Memoria Histórica levantan sarpullidos y prueban que hay heridas sin cerrar. ¿Cuánto habrá que esperar? ¿Cien años? Si alguien reclama una tumba digna para sus muertos se habla de ‘revanchismo’. «Lo mejor es olvidar», oímos como recomendación bienintencionada. Pero la memoria perdura: en la historia, en la literatura, en la calle… Y lo malo es que algunos la perciben no como una liberación, sino como una amenaza.