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La ruleta del gol

Hoy comienza a rodar el balón. La feria de las ilusiones. Un buen día se preguntó el gran Eduardo Galeano que ¿en qué se parece el fútbol a Dios? y él mismo se dio la respuesta: «En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales». Pero me parece que ya no es así. Superada la etapa de quienes adivinaban en el espectáculo de los estadios un ‘opio’ anestesiante para las clases trabajadoras, el fútbol ha terminado convirtiéndose en una especie de religión universal con múltiples confesiones, oficiantes y fieles. Y es también, como se ha dicho tantas veces, la única religión que no tiene ateos. O que tiene muy pocos.

Apuntados a la fuerza del balón, los empresarios lo conciben como una mercancía de curso legal y precio revalorizable; los políticos como un reconstituyente social muy eficaz contra los estragos de la crisis, y el resto de los mortales como un ejercicio de prestidigitación para sublimar las ansias de gloria y conjurar los males que nos acechan a la vuelta de la esquina. En pocas palabras, el fútbol es como esas medicinas de amplio espectro que igual nos curan una gripe que nos rescatan de la depresión.

Los países que están acostumbrados a la victoria, con selecciones nacionales que se pasean por el palmarés del Campeonato del Mundo como Pedro por su casa –digamos que Brasil, Italia, Alemania, Argentina y Uruguay– cada nueva cita con la competición es motivo de regocijo. De alguna manera son como esos jugadores profesionales que acuden al casino convencidos de que la ruleta les reserva buenas sorpresas.

Supongo que no es el caso de España. Nuestra selección entra en las salas de juego ataviada pulcramente pero con la íntima desconfianza de quien sospecha que antes o después va a ser víctima del timo del toco-mocho. Ya sea con ayuda de un árbitro incapaz, de un penalti en el último minuto o de esa jugada maldita que luego nos repite la televisión durante meses. De todas formas, creo que es preferible que nos tiemblen las piernas al entrar al casino a que nos presentemos allí como esos ‘nuevos ricos’ con los fajos de billetes asomándoles por los bolsillos del pantalón. Primero hay que cazar al oso. O al león, o al tigre, y sobreponerse a la bulla de las ‘vuvuzelas’.

Juan Domingo Fernández

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Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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