El artista Ismael Alabado ha convertido la casa Habana Espacio Libre en una jaula de grillos sin sospechar que bajo la piel del hombre de la calle anidan bastantes más Pepitos Grillo que consumidores de arte.
Con otra salvedad: así como la utilización de animales muertos para ‘fines’ artísticos es algo asumido con relativa naturalidad, no sucede lo mismo cuando se trata de animales vivos, al margen del tamaño que alcance el ‘bicho’ y de otras consideraciones biológicas o estéticas.
Un artista contemporáneo como Damien Hirst puede regalarse el lujo de encerrar tiburones, ovejas o vacas en urnas llenas de formol y subastarlas por cientos de millones de euros. O de vender una calavera humana auténtica, con 8.000 diamantes incrustados, por 74 millones de euros.
Me parece que nuestra especie no ha sido ajena a este tipo de instalaciones: ahí sigue por ejemplo la momia de Lenin, como atracción turística de primer nivel, y hasta hace pocos años ‘el negro de Bañoles’, pieza de taxidermia de un bosquimano, disecado en 1830 y durante décadas exhibido ante los visitantes de un museo catalán. Igual que reposa en el Museo Nacional de Antropología, en Madrid, el esqueleto del llamado ‘gigante extremeño’, nacido en 1849 en un pueblo de Badajoz y que llegó a medir 2,35 metros.
Si es verdad, como señala el propio Ismael Alabado, que su instalación pretende un objetivo metafórico: «Lo que busco es que el espectador entienda que igual que los grillos están pegados, él está pegado a unas reglas sociales, al mundo, sin ser consciente de todo lo que se está terminando a cada instante», como declaró a HOY, creo que su fracaso ha sido doble, porque más que en la metáfora o en la categoría, el personal ha reparado en la anécdota y al paso que va la polémica me parece que Alabado está haciendo más por la entomología y la ciencia veterinaria que por la Historia del Arte. Aunque eso sí, a las aspiraciones de Cáceres como capital cultural europea en 2016 le ha venido como anillo al dedo. La muestra, con cientos de grillos agonizando y pegados a la pared se ha convertido en una formidable campaña de promoción que ilustra vivamente (dicho sin ironía) el agitado panorama cultural de la ciudad.
Sospecho que Ismael Alabado ha fracasado también a la hora de elegir el ‘material’ de su instalación. No solo por recurrir a grillos vivos, sino por no reparar en otros motivos tan accesibles y baratos como esos insectos que también hubieran servido a sus fines. ¿Por ejemplo? Pues imágenes o figuras de esos gitanos que estos días Sarkozy está dando boleta ante el escándalo hipócrita y tartufo de la Europa culta. De haber elegido esos personajes para su instalación, no hubiera necesitado viajar a Francia, a Rumanía o a Bulgaria, le hubiera bastado con llegarse hasta Aldea Moret con una cámara de fotos o acercarse a una de las colas del paro y apretar el disparador. (De la cámara, entendámonos).
En ese caso es posible que alguien le acusara de demagogo, pero la gente no se echaría ahora las manos a la cabeza culpándole por maltrato animal. Las aguas del arte bienintencionado volverían plácidamente a su cauce y, al cabo, todos dormiríamos felices, satisfechos de la condición humana.