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Contra la usura

Un veterano dirigente sindical resume el panorama con dos pinceladas: «En 2008 se avergonzaban de la crisis pero ahora están sacando pecho y como los gobiernos no se muevan, se cargan el estado del bienestar». Se refiere a los mercados, el sobrenombre con el que se conoce hoy al dios que preside todas las economías.

Los mercados sin embargo no son un invento de anteayer. Ya existían cuando al Homo sapiens le daba por colgarse al cuello colmillos de animales. De entonces para acá sobrellevan la mala fama que les acarrearon los latigazos de Jesús por rentabilizar el templo, los estereotipos de ‘El mercader de Venecia’ o incluso el repaso histórico que les dieron Marx, Engels y compañía. Así que los mercados han existido siempre, pero no siempre han gozado de la misma consideración y prestigio. Hubo épocas en que no eran bien recibidos en las casas decentes, y otras en que se los miraba como un mal menor o una servidumbre, como el desagüe, la alcantarilla del progreso.

De todas formas, me gustaría saber con precisión en qué momento nos han dado el tocomocho este colectivo abstracto de los mercados que actúa igual que un autómata sin alma, a impulsos instintivos. Desentrañar cuál es la maña, el ardid usado para convertirse en rey supremo de la especulación.

Me recuerda la reflexión del obispo africano Desmond Tutu: «Cuando los misioneros llegaron a África, ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Dijeron: ‘Recemos’ y nosotros cerramos los ojos. Cuando los volvimos a abrir nosotros teníamos la Biblia y ellos tenían la tierra».

Me gustaría conocer por qué extraño procedimiento el robot destinado a herramienta, simple instrumento al servicio de fines más nobles, acaba usurpando el poder al dueño de la casa y se transforma en tirano. En una especie de dictador enloquecido por la voracidad de la riqueza. ¿Quién ha hecho aquí de doctor Frankenstein y ha permitido que el monstruo se le vaya de las manos?

Oímos hablar de los mercados como si fueran maldiciones inexorables, como si se tratara del dragón que ha raptado a la princesa. «Hay que contentar a los mercados». «A ver qué respuesta dan los mercados». «Si los mercados no aprueban las nuevas medidas, nos van a penalizar».

¿Pero hasta cuándo el impostor va a seguir haciéndose pasar por dueño de lo que no le pertenece, de lo que solo ha tomado en préstamo? ¿Hasta cuándo se van a seguir ofreciendo sacrificios al ídolo pagano para aplacar su ira? Los mercados son el paraíso de la usura, el paradigma de la economía especulativa, no productiva. Y ya lo advirtió Ezra Pound , aquel poeta visionario al que tomaron por loco: «Con usura / no llega lana al mercado / no vale nada la oveja con usura». «Usura mata al niño en el útero / No deja que el joven corteje / Ha llevado la sequedad hasta la cama y yace / entre la joven novia y su marido / Contra naturam / Ellos trajeron putas a Eleusis / Sientan cadáveres a su banquete / por mandato de usura».

Si los gobiernos no mueven ficha, tal vez hayan nacido ya quienes les van a mover la silla a los gobiernos. ¿Queda tiempo?

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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