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“Aquí no ocurren esas cosas”

El caso de explotación sexual de una menor en un pueblo extremeño ha hecho que salten las alarmas y reparemos en una realidad que por lo general consideramos ajena y distante, como cualquiera de las historias marginales que solo suceden más allá de la aséptica pantalla de la televisión. El espectador atiende unos pocos minutos a la atrocidad servida por los informativos, sigue comiendo (si la contrariedad es mucha, acaso cambia de canal), termina el postre, se levanta de la mesa y «fuese y no hubo nada».

Por fortuna, en un porcentaje altísimo de nuestra cotidianidad, episodios como el de la menor madrileña presuntamente prostituida por su novio están reservados para la pura ficción o para los espacios de sucesos de otros ámbitos, de otras sociedades. Gabriel García Márquez escribió ‘La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada’, pero nosotros preferimos concluir con optimismo: «Aquí no ocurren esas cosas». Lo cierto es que sí ocurren, y al constatarlo aparte de echarnos las manos a la cabeza deberíamos echárnoslas a la conciencia, se supone que ubicada por la misma latitud que la sesera pero algo menos ostensible.

Una de las circunstancias que han generado más escándalo es la relativa al origen de la menor explotada sexualmente, pues al principio se dijo por error que procedía de una familia acomodada de la calle Serrano de Madrid y después se ha aclarado que no, que vivía en una zona popular, como si tal hecho supusiera por sí mismo un atenuante y ya no hubiera que apiadarse tanto de ella. Por supuesto, siempre ha habido clases.

Con la reforma del Código Penal que ayer, precisamente, entró en vigor la Justicia podrá castigar con más dureza a los responsables implicados en este caso. Estoy convencido de que de ello se van a encargar los tribunales y allá cada cual con su culpa. Sin embargo, yo creo que el escándalo mayor, el desasosiego intolerable no nos llega por la intervención de ese joven rumano del que al parecer se enamoró la menor madrileña y que ha terminado induciéndola, presuntamente, a prostituirse en condiciones infrahumanas. Lo escandaloso es saber que algunos vecinos de esa localidad han sido capaces de pagar unos pocos euros para mantener sexo de manera furtiva con una menor de 14 años. ¿Quizás por creer que también se trataba de una chica inmigrante? ¿Es que en tal caso la culpa se diluye? ¿Si es de otro país, no existe responsabilidad?

Hasta el calendario se ha puesto en su contra. Que una historia tan escabrosa y atroz sea conocida por el público cuando la sociedad se dispone a celebrar la Navidad subraya los ribetes de su negrura. Y menos mal que ha visto la luz. Eso permitirá tomar medidas para evitar futuros casos y contribuirá a que reflexionemos sobre una realidad que esta vez ha traspasado las asépticas pantallas de las televisiones y el distanciamiento de las ficciones literarias. Una historia real.

El detonante ha sido un episodio de explotación sexual. Pero las consecuencias no se limitarán a juicios más o menos piadosos sobre la prostitución, la delincuencia incontrolada o los cataclismos de la crisis económica. Me parece que además de a los jueces y a los políticos el caso dará trabajo a los psiquiatras y a los psicólogos sociales. Al tiempo.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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