La crisis nos está redescubriendo a los chinos. No a los de Taiwan, con sus miniaturas electrónicas y sus productos de imitación, sino a los de la China de Mao. Antiguamente los chinos eran la muletilla de cuatro canciones: «Soy un chino capuchino mandarín, chin, chin» y la referencia de un país remoto con jarrones valiosísimos, gusanos de seda, una muralla kilométrica, abanicos de papel y ‘55 días en Pekín’. Después, a la China Popular se la identificaba con la imagen del ‘emperador’ Mao nadando en el río o junto al presidente Nixon en la llamada diplomacia del ping-pong, cuando «los chinos» empezaban a ser la abreviatura de un restaurante donde sirven rollitos de primavera y de unos grupúsculos políticos de lo que entonces se denominaba «ideología maoísta». Y para de contar.
Después llegaron los bazares colonizando el pequeño comercio con sus horarios de escándalo y la frase aquella que tanto impresionó a Felipe González tras entrevistarse con Deng Xiao Ping: «No importa que el gato sea blanco o sea negro, lo que importa es que cace ratones», muy utilizada con posterioridad para afearle al expresidente socialista su sentido pragmático o su relativismo ideológico, que no sé si vienen a ser lo mismo.
China ha sido también Tiananmen, unos Juegos Olímpicos que impresionaron al mundo por su monumentalidad y la economía emergente de un país superpoblado que va camino de convertirse en la primera potencia mundial. De hecho ya son los ‘banqueros’ de Estados Unidos y de media Europa, a los que se empieza a mirar como a esos nuevos ricos o advenedizos sin ‘raigambre’ social pero con las perras en el bolsillo.
Así que no hay que extrañarse de que desde el Rey hasta el último español le estemos dando sombrerazos y poniéndole la alfombra roja al viceprimer ministro chino Li Keqiang, pues se puede decir que nos tiene cogidas las perspectivas económicas por las mismísimas gónadas.
Hace unos pocos meses entrevisté a Diego Hidalgo Schnur, uno de los más avisados intelectuales y filántropos de Extremadura. Al preguntarle por el sector productivo que consideraba con más futuro en la región, me dijo que aun a riesgo de que le calificaran de iluso, pensaba que sería el turismo. Y recordó que anualmente de 20 a 30 millones de chinos pasan de la clase pobre a la clase media.
Su tesis es que al igual que ocurrió con Japón, que ha tenido un gran impacto como potencia turística, los chinos, con niveles de prosperidad cada vez mayores, pronto buscarán un turismo que no será el de playa para broncearse (cosa que les da horror), sino el de espacios abiertos, cultura, gastronomía, buena calidad de vida, conservación del medio ambiente… «Y yo sueño (yo no lo veré, pero sí mis hijos y mis nietos)», decía Diego HIdalgo, «con decenas o millones de chinos que querrán conocer Extremadura y que serán una fuerza importante». A más de uno le pareció que dibujaba un escenario propio de ciencia ficción. Sin embargo, después de la visita de Li Keqiang ya no resulta tan fantástico, parece más verosímil. Al final van a tener razón Felipe González y Deng Xiao Ping: no importa el color del gato, sino que sepa cazar. De aquí a nada, todos pro chinos.