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Hechos y opinión

Como bien saben los predicadores y los verdugos, las armas y las palabras no son buenas o malas en sí mismas, dependen del uso que se haga de ellas. Alguien puede desenvainar unas palabras del cinto del humor y la ironía, bienintecionadamente, o extraerlas del pozo del odio y el rencor.
Pero resulta inimaginable que alguien en sus cabales utilice las palabras sin saber el ánimo que le empuja. Si va a escribir en prosa o en verso. Si aspira a una sonrisa o concibe la palabra como un puñal para ensañarse con el enemigo, como arma para el oprobio.

Si parafraseando a Vargas Vila yo escribo: «Los dioses no consintieron que Fulanito de Tal deshonrara la cárcel, entrando en ella, y ahí sigue, despachando artículos en su publicación digital después de haber fatigado la infamia». Nadie dudaría de que, al margen del recurso al humor, la intención que me anima respecto al Fulanito de Tal no es precisamente la del elogio. Quiero decir que más allá de la subjetividad o de la imprecisión de cualquier discurso, de cualquier conjunto de palabras, lo determinante es la intencionalidad del autor.

Estos días, un artículo del académico Francisco Rico y otro del escritor Javier Cercas en el diario ‘El País’ fueron la excusa para que el periodista Arcadi Espada escribiera en ‘El Mundo’ otra columna que ha suscitado una controversia fenomenal. El fondo del asunto –en el que no voy a terciar– es si resulta legítimo o no que en ciertas ocasiones el periodista recurra a la ficción, a la imaginación, para interpretar los hechos del presente. Cercas insinúa que sí y Espada, retorciendo el argumento hasta el absurdo, opta por inventarse, literal y aviesamente, la historia de que Javier Cercas había sido detenido en un prostíbulo del barrio madrileño de Arganzuela dentro de una redada contra una red de prostitución.

Lo curioso es que esa redada se produjo y hubo casi treinta detenidos. Es posible que los lectores más avisados detectaran la ironía de Arcadi Espada y no se creyeran lo de la implicación de Cercas, la ocurrencia imaginativa que pintaba al autor de ‘Soldados de Salamina’ como cliente de un prostíbulo madrileño.

A Javier Cercas la broma no le ha parecido precisamente una broma. Y acaso tenga razón para no percibirla como tal. Es verdad que la ocurrencia de Arcadi Espada demuestra una cierta inclinación al desenfado, a la ironía, pero dudo que en su ánimo solo estuviera el deseo de cosechar sonrisas. Y como en el homicidio o en el crimen, lo que cuenta es la intención. La piadosa peripecia que la imaginación de Espada enjareta a Javier Cercas le sitúa más cerca del tocapelotas profesional que del cuentacuentos feliz.

Edificar esa formidable ficción del Cercas putero tiene ribetes literarios, pero lo malo es que no se presenta al lector como un cuento o novela, sino como una columna periodística. El medio es ahí también el mensaje. Creo que Espada aplicó en su artículo la misma parodia de insulto que, sostiene Borges, dicen que improvisó el doctor Johnson: «Su esposa, caballero, con el pretexto de que trabaja en un lupanar, vende géneros de contrabando». En este caso, al menos, Espada se limitó a situar a Cercas en el burdel. Quizás cree que no debe abusarse de la imaginación al interpretar los hechos en un periódico.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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