En estos días de incertidumbre política no solo en Extremadura, sino en el conjunto de España, yo recomiendo leer a Augusto Monterroso , cuyos libros son el mejor antídoto contra la melancolía y los malos presagios. Monterroso se ha convertido en un gigante de la literatura y en un escritor muy popular a raíz de ese cuento minúsculo con un dinosaurio dentro. El autor de ‘La oveja negra y demás fábulas’ ha tenido la habilidad de escribir un puñado de extraordinarias fábulas a las que no es preciso buscarle la moraleja, basta con su humor.
Una de mis preferidas es ‘El sabio que tomó el poder’, que comienza así: «Un día, hace muchos años, el Mono advirtió que entre todos los animales era él quien contaba con la descendencia más inteligente, o sea el hombre». «Animado por esa revelación», prosigue el texto, el Mono se puso a estudiar y, aconsejado por la Zorra en política y en saber por el Búho y la Serpiente, asombró a todos e «inició su ascenso a la cumbre», convirtiéndose en secretario del León. Sin embargo, durante un insomnio, («en los que había caído desde que sabía que sabía tanto») hizo otro descubrimiento sensacional: la injusticia de que el León, que contaba únicamente con la fuerza y el miedo de la mayoría, fuera su jefe, mientras él, que podría «escribir otra vez los sonetos de Shakespeare» de habérselo propuesto, fuera tan solo un subalterno.
Al día siguiente el Mono se arma de valor y con elaboradas razones intenta convencer al León que han de cambiarse los papeles, pues está claro que «lo aventajaba en descendencia y, por supuesto, en sabiduría». El León estuvo conforme con todo y en ese mismo instante cambió la corona por la pluma y así se lo anunció a todos.
«De ahí en adelante, cuando el Mono le ordenaba algo, el León, siempre de acuerdo, asentía invariablemente con un zarpazo; y cuando el Mono lo regañaba por alguna orden mal entendida o por un discurso mal redactado», con dos o tres zarpazos; hasta que, pasado un tiempo, «en el cuerpo del nuevo rey, o sea el Mono sabio, no iba quedando sitio del que no manara sangre, o cosas peores». La fábula termina con el Mono solicitando de rodillas volver al estado de cosas anterior y con el León, «aburrido como desde hacía mil años» aceptando la petición, es decir, retomando la corona para sí y devolviéndole la pluma al Mono sabio.
En lugar del mono con la pluma de escribir, piensen en un peón de ajedrez con su pequeña arma, o incluso en un alfil. Y no busquen la moraleja, es preferible aventurarse en la política ficción y ponerle rostro a los intérpretes de esta farsa moderna.
Con ese ejercicio de imaginación no trenzarán pasiones tan profundas como las que alientan en los personajes de Shakespeare –aquí todo es más prosaico–, pero puede ser más divertido. Así que aplíquense en la lectura de Monterroso y me agradecerán el consejo. Por cierto, ese libro, ‘La oveja negra y demás fábulas’, se abre con una cita de un tal K’nio Mobutu: «Los animales se parecen tanto al hombre que a veces es imposible distinguirlos de éste». Parece la reflexión de un filósofo, ¿verdad? Pues se equivocan de ocupación, era antropófago.