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Sueldos de escándalo

Nunca sabe uno si el cliente arrasa el local porque ha encontrado una mosca en la sopa o porque es allí donde explotan despiadadamente a sus compañeros. Las manifestaciones de los indignados griegos dejan de parecerse a las del Mayo del 68 y empiezan a recordar las de la toma de la Bastilla. La carne podrida que les daban para comer y que hizo rebelarse a los marineros del acorazado Potemkin era lo que procedía, según la autoridad competente, hasta un minuto antes de la hecatombe. Así es la historia.

Dan ganas de echarse la mano al bolsillo, y a la cabeza, cuando en el mismo país en que el Gobierno tiene que subir el límite embargable por impago de hipotecas, el presidente, vicepresidente y consejero delegado de Bankia, es decir, Rato, Olivas y Verdú, se embolsarán anualmente un sueldo de 4 millones de euros que podrá ampliarse con 6 millones más a través de incentivos variables o ‘bonus’. Una cantidad bien apañada. Más o menos lo que deben ganar, supongo, un neurocirujano haciendo el MIR, el veterano catedrático que trabaja ahora de emérito o el simple currante que llega todas las noches deslomado a su casa después de una agotadora jornada laboral.

«No se puede hacer demagogia, estamos en una sociedad de libre mercado y un banco es una empresa privada». Es lo que suele contestar la autoridad competente y quienes bendicen y justifican tal sistema de remuneraciones. Todo lo que quieran, pero la carne está podrida, apesta ya, y en la película del Potemkin a los marineros siempre se les acaba la paciencia.

Los que avanzaban anteanoche hacia la embajada de Grecia en Madrid gritaban: «No es un rescate, es un saqueo». El directivo de un banco –público o privado– trabaja con material socialmente ‘radiactivo’, de alto contenido proteico, y sus remuneraciones deberán ser reguladas y limitadas por ley. Habrá quienes los comparen con futbolistas o con estrellas del rock, pero eso sí que es demagogia. No hay delantero por muy tuercebotas que sea, ni cantante con una guitarra por mucho que desafine que hayan precipitado a millones de personas hacia el barranco de la crisis. Los banqueros, sí.

Ya sabemos que Grecia, sus gobernantes, han mentido. Tendrán que responder por ello y lo pagarán. Pero que un sector como el de la banca haya ganado, gane y lo vaya a seguir haciendo, al margen de la ruina y de las décadas de trabajo que aguarda a los griegos, es literalmente indecoroso. En ocasiones son esas señales las que preceden a la tormenta. No vale exclamar «¡Qué buena cosecha vamos a tener este año!», como dijeron los agricultores el primer día del Diluvio Universal. Salvo que los agricultores se llamen Rato, Olivas y Verdú, las tres patas del banco.

El principio del libre mercado y de la libre competencia también exige límites que lo circunscriban a un tiempo y a un lugar. La sociedad ha pasado de tolerar la esclavitud a regular la jornada de trabajo o los beneficios del capital. Ahora también hay avisos, señales, que es preciso escuchar y atender. Porque aunque algunos no lo crean, vamos todos en el mismo barco. Y he dicho barco, no banco.

Juan Domingo Fernández

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Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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