Dicen que en los tiempos antiguos una ardilla podía cruzar España saltando de árbol en árbol. No sé si es pura exageración o simple imagen para evocar un paraíso forestal del que fuimos expulsados o al que los siglos aplicaron la voracidad que ahora amenaza a la selva amazónica. Supongo que la realidad ambiental no es un todo inmutable, sino un conjunto complejo de elementos que va transformando el tiempo y de manera especial la mano del hombre.
Eso lo saben muy bien los cazadores y los proteccionistas que alertan sobre la invasión de especies exóticas invasoras. Hace poco más de un mes el Gobierno aprobó un catálogo de especies exóticas invasoras que incluye 136 animales o plantas entre las que figuran el jacinto de agua, la perca, el lucio, el mejillón cebra, el mosquito tigre, el picudo rojo, el siluro, la cotorra argentina, el mapache o la ardilla gris. Variedades todas ellas que resultan muy perjudiciales si se integran en nuestros ecosistemas. No soy pescador, pero siento que declaren ilegal al siluro, un pez que parece un monstruo de Julio Verne, antes de saber con certeza si se han reproducido ya en el embalse de Alcántara, donde he oído historias fabulosas de buzos que se sentían aterrados por la silueta de inmensos siluros cuando revisaban los pilares de los puentes del Tajo. Me alegro, en cambio, que se ponga freno a la expansión del jacinto de agua (camalote) que tanto prolifera en el Guadiana, a la cotorra argentina, que no compensa la belleza de su plumaje con la matraca de sus cantos, o a la tórtola rosigrís, que brujulea ya entre las mesas de algunas terrazas levantinas como las palomas en media España.
De todas formas, repasando el catálogo elaborado por el Gobierno a uno que no es experto en el tema le sorprende que especies ya tan habituales entre nosotros como el bambú, la pita o las chumberas de los humildes higos chumbos, estén incluidas en esta lista negra de enemigos de nuestra biodiversidad. Y que también puedan serlo, según la zona o el emplazamiento, el eucalipto, el cerezo negro americano y la grama americana.
Yo me pregunto si el Gobierno, o quien corresponda, no podría elaborar del mismo modo un catálogo de especímenes perjudiciales para nuestro ecosistema socio-moral. Una relación de ejemplares –exóticos o no exóticos– que constituyen un evidente peligro para la buena convivencia y el progreso de todos.
Cuánto daría por ver una relación donde aparecieran, por ejemplo, los avariciosos que llevan años enriqueciéndose con la especulación financiera mundial; los vagos que parasitan las ilusiones de cualquier sociedad combativa y buscan tan solo el beneficio propio aplicando el mínimo esfuerzo; los que cabalgan a lomos de la soberbia y de la falsedad; los que se dejan dominar por la ira o no son, como en las bienaventuranzas, limpios de corazón…
Cuánto daría por saber quiénes son nuestros mosquitos tigre, picudos rojos, cotorras argentinas, mapaches o incluso ardillas grises. Quiénes nuestros siluros, jacintos de agua o simples chumberas. Quiénes son y cómo evitar que nos perjudiquen.