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Píos deseos para 2012

Llegados a este precipicio del calendario, a este acantilado donde el año dobla la esquina y metafóricamente dobla hasta la testuz, no queda otro remedio que incurrir en el balance, pero también en la esperanza. Es tiempo de recuentos. De sopesar lo bueno y lo malo, de separar la paja del trigo. Tiempo de examen de conciencia. Nadie se libra de los balances. Los acometen las empresas, los políticos, los medios de comunicación y hasta una institución como la Iglesia Católica, que acaba de reunir en su boletín ‘Religión Confidencial ‘Las 10 noticias más importantes del 2011’.
A mí por estas fechas me domina casi siempre una sensación de melancolía que no creo, por cierto, que se disuelva acudiendo al concierto de Aute esta noche en Cáceres. Ya sé que Aute no es Faemino y Cansado, ni se le puede comparar en justicia con unas castañuelas. Tampoco cultiva la melancolía algo canalla y ‘acomodada’ de Joaquín Sabina, pero digamos que sus canciones forman parte de mi educación sentimental desde aquellos años de adolescente en los que, como todos los jóvenes, estaba dispuesto a llevarme la vida por delante, que decía Jaime Gil de Biedma.
Ahora que lo pienso, Gil de Biedma sí que es un poeta de balances y postrimerías. ¿Quién no se ha emocionado alguna vez con esa mirada hacia atrás sin ira y sin demasiado ímpetu que atesoran los versos de su famosísimo poema ‘De vita beata’:
«En un viejo país ineficiente
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda»…

¿Quién no ha sentido la necesidad del recuento, del balance, del examen introspectivo que formula en ‘Píos deseos para empezar el año’:
«Pasada ya la cumbre de la vida,
justo del otro lado, yo contemplo
un paisaje no exento de belleza
en los días de sol, pero en invierno inhóspito»…
En fin, que está muy bien y es muy tradicional detenerse a revisar y hacer balance, pero quizás haya que darle prioridad a la esperanza. Es imposible no perderse en la selva de la vida sin saber qué ruta seguimos o qué frutos cosechamos. Pero además del recuento son imprescindibles los planes de futuro. «El sueño y la esperanza son los dos calmantes que concede la naturaleza al hombre», advirtió sabiamente Federico II de Prusia. En el borde final del 2011 necesitamos saber que al menos nos queda la esperanza. Entre otras razones, porque la memoria siempre nos supera en edad y la esperanza va delante de nosotros como una luz, no como una sombra. A la hora de formular peticiones, que cada cual rellene a su antojo el cuestionario y le escriba a los Reyes Magos la carta con los obsequios que espera recibir. Seguro que tras soportar el tsunami de la crisis y el azote de las negras perspectivas, encontramos resquicios en los que afianzar una mirada esperanzada, asideros en los que fijar el cable que mantenga nuestro barco amarrado a tierra firme. Porque siempre escampa, porque antes perder la vida que la esperanza, y un paso atrás, ni para coger impulso.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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