Cáceres es una ciudad muy cariñosa con sus personajes populares y algo atípicos. Especialmente el día de las alabanzas. Hay casos en que ha sido una ciudad cariñosa siempre, en todo momento, por ejemplo con Nano, un bendito de Dios que salía por las calles con su cruz y sus estampitas entonando salmodias religiosas y las miradas se apiadaban de él al dictado de un convencimiento general: «Ha salido Nano, seguro que cambia el tiempo».
La muerte de Nano fue un acontecimiento para varias generaciones de cacereños. No hace mucho la ciudad despidió a otro personaje popular y atípico como Saturnino Royo, Satur, con una trayectoria ligada al mundo taurino (fue mozo de espadas), al rodaje de películas (se encargó durante años de seleccionar extras para los rodajes en la ciudad monumental) y a la noche cacereña, donde se dejó ver y parloteaba bondadosamente acodado en la barra de santuarios del bebercio, oliendo a colonia del siglo pasado y con esas pulseras de oro propias de un personaje de la serie Juncal.
En Cáceres tal vez miramos con displicencia a quienes han ocupado cargos de responsabilidad administrativa o académica durante décadas, pero damos vía libre a la ternura y nos condolemos con esos seres a los que, por los motivos que sea, la fortuna y el día a día les ha vuelto la cara. Estoy pensando en gente como ‘Zapatones’ (Benito Ortega) aquel anciano con los pies cubiertos de papeles y trapos que nunca solicitaba ayuda y malvivió entre cartones por Colón y Ronda del Carmen hasta que fue trasladado a una residencia de la Junta en Sierra de Gata. Estoy Pensando en ‘Bocatique’ (Gabriel Velázquez), tan recordado cuando se supo que había muerto, en el verano de 1993, a los 65 años de edad… Pensando en Leopoldo el Bicicleta, cuya estampa ha inspirado letras del carnaval, cuadros, instalaciones artísticas y hasta alguna leyenda urbana que lo convertía en protagonista de una rocambolesca historia de desamor. Su ‘desaparición’ de Cáceres (fue ingresado en el Hospital Psiquiátrico de Mérida) suscitó toda clase de cábalas hasta que la información periodística de este diario desveló detalles de su situación real. En Cáceres la gente preguntaba. «¿Y qué ha pasado con Leopoldo el Bicicleta, dónde está?».
El penúltimo capítulo de esta historia sentimental lo ha representado Manolo Winston (Manuel Fernández Morales). Habitual en las notas de la Policía Local, camarero durante años, el alcohol y la marginalidad acabaron convirtiéndole en huésped habitual de las noches al raso y de las tertulias sin hora en el Parque de Calvo Sotelo.
Recuerdo una anécdota suya de una ocurrencia desternillante. Una noche de verano se encontró con un redactor del diario al que hacía mucho que no veía y le espetó, en mitad de la calle, a voz en grito: «Oye, periodista, ¿todavía te dedicas a chuparla?». Al día siguiente nuestro compañero contaba el episodio y subrayaba, aún soliviantado, el hecho de que la pregunta, puro disparate, no tenía respuesta formulada de esa manera, pues dijera lo que dijera le atenazaba como un lazo imposible de romper. Optó por el silencio y acelerar el paso.