En época de mixtificaciones y falsas apariencias es bastante fácil que te den gato por liebre. ¿Pero qué época no es de falseamiento y simulación? Hay lobos que se visten de corderos, les puede la querencia y quien lo paga es el rebaño. Hace pocos meses, cuando la sociedad alimentaba el festín consumista, el espejismo de un desarrollo tan inestable como el de la cabra del saltimbanqui, lo decisivo era pedalear sin parar en la bicicleta del mercado. Todos por la senda de la hipoteca, del crédito fácil, con los bancos en cabeza, hasta la orgía final. ¿Quiere usted una hipoteca para el piso? ¿Por qué no pide también un crédito personal, con el euríbor por los suelos, para el nuevo coche y esas vacaciones que le debe a su mujer?
Ahora que sabemos el final de esa comedia, la mejor banda sonora es la canción de Sabina, ¿quién me ha robado el mes de abril, cómo pudo sucederme a mí? Naturalmente que los bancos, inductores cuando no cómplices en el desaguisado, mantuvieron las apariencias, las mantienen ahora y en apenas dos movimientos de prestidigitación han vuelto a quedarse con el santo y la limosna. El suyo es un negocio permanentemente con las espaldas cubiertas.
«El cuerpo humano solo es apariencia y esconde nuestra realidad. La realidad es el alma», dice Víctor Hugo. Yo creo que los mercados son apariencia y esconden la realidad de los bancos, que es el dinero. Al contrario de lo que ocurre con el Pedro Crespo alcalde de Zalamea, cuando el honor era patrimonio del alma y el alma solo de Dios, en nuestra sociedad no hay más dios que los mercados ni más almas que el dinero, y tanto unos como otros son, en apariencia y en esencia, propiedad de la banca. Así que ya sabes, Sabina, quién te ha robado el mes de abril y alguna casilla más del calendario.
El Banco Central Europeo inyectó ayer un billón de euros al sistema y la banca española solicitó al menos 150.000 millones para hacer fluir el crédito. ¿Para hacer fluir el crédito o para arreglar las propias cuentas con el dinero de todos? ¿Por qué se empieza otra vez la casa por el tejado?
El panorama ha hecho que cada vez entendamos mejor la certera definición de banquero que dio Mark Twain: «El banquero es un señor que nos presta el paraguas cuando hace sol y nos lo exige cuando empieza a llover». Darle vueltas al asunto puede inducirnos a la melancolía o al simple cabreo. Y tampoco está la cosa para alimentar una kale borroca contra los amos de la pasta. En realidad los banqueros lo único que buscan es cubrir las apariencias, aunque en su caso cubrir las apariencias implique siempre apostar a caballo ganador y que la moneda caiga del mostrador para adentro…
Lo mejor es la resignación y no sulfurarse en exceso. «Si un puñado de hollín cae dentro de la sopa y no puede sacarlo, remuévalo bien y le dará un sabor francés a la sopa», escribió Jonathan Swift, ese genio de la ironía ‘reducido’ tantas veces, de forma injusta, a cuentista para niños. Espectador a la fuerza de los trileros del mercado, no se disguste amigo lector, y si además de tener hollín, la sopa está caliente, sonría y échele vino, así además de enfriarse el plato se calienta usted.