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Ruidos, la victoria final

Hace años usted podía hacer una lumbre en su casa y tener una chimenea que atufara al vecino. Hace años los vehículos a motor iban a escape libre, la mitad de las ciudades no contaban con depuradora de aguas residuales y se podía fumar hasta en el hospital. Los hábitos sociales cambian, creo que para mejor, con los tiempos. Una de las áreas en las que cualquier persona muestra mayor sensibilidad es en la del disfrute de la propia vivienda, quizás porque la vida, especialmente en las ciudades, ha dejado de ser tan callejera, tan ‘comunitaria’, y se refugia cada día más en ese reino de intimidad que son las paredes de la propia casa.
Es indiscutible que de año en año son mayores las exigencias de aislamiento y confortabilidad no solo para los pisos comunitarios, sino para aquellos establecimientos destinados a actividades públicas como bares, discotecas, cines, salas de fiesta…
En Cáceres se montó hace años una especie de ‘motín de Esquilache’ porque se fijó un horario de cierre de bares que no consideraron nada generoso quienes deseaban seguir tomando y despachando copas de madrugada. Ahora parece que desde algunas redes sociales se quiere reeditar la protesta ante el cierre cautelar de ocho bares en La Madrila.
Sin apenas industria, con mucha población dedicada al sector servicios, en esta ciudad quien se decide a montar una empresa tiene altísimas posibilidades de optar por una de estas dos salidas: montar una ‘boutique’ o montar un bar. Por ese motivo la oferta de bares está bastante bien servida, a pesar de las pérdidas registradas últimamente en toda la provincia, según datos estadísticos del Anuario Económico de España y de la Fundación La Caixa.
Vivimos en una sociedad sometida, de manera implacable, a la ley de la oferta y la demanda. Mientras esos principios sigan vigentes, el derecho a la salud, al disfrute de la vida en casa, cotizará más alto que el derecho al negocio de unos empresarios de hostelería. No estoy prejuzgando si es acertado o no el cierre cautelar de los bares de La Madrila, y si ellos son los responsables directos de los ruidos. Esa es la anécdota. Quiero decir que al margen de lo que resuelva finalmente la justicia, más allá de la denuncia concreta de la Asociación Cacereños contra el Ruido, la batalla la ha ganado ya una sociedad sensibilizada contra las agresiones intolerables que supone la contaminación acústica fuera de control.
En el fondo, dilucidar si esos locales no reúnen condiciones técnicas para albergar  determinadas actividades o si a la ciudad no le es rentable la colosal devaluación urbanística que puede acarrear la saturación de establecimientos potencialmente molestos, es asunto secundario. Lo principal es que ante la agresión inmisericorde de ruidos que invaden y perturban la vida en tu propia casa, la sociedad dispone ya de los medios y de la sensibilidad necesarios para que salten las alarmas y proteger a los damnificados. Una sociedad que avanza acorde con los tiempos. Una sociedad que no acepta condiciones de vida propias de épocas superadas. En ese sentido, aunque siga la bulla, la batalla del ruido está ganada.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


marzo 2012
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