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Mucha más política

En tiempo de bonanza económica  la sociedad tiende a no reparar excesivamente en la política. A quien le va bien en la feria de la economía aprovecha los gozos y placeres sin preocuparse por la cosa pública. Mientras la máquina registradora no se pare, dame pan y llámame tonto. Sin embargo, cuando el oleaje de la crisis asoma las orejas, muchos de los que jamás se interesaron por la política se echan las manos a la cabeza y exclaman alarmados: «¡Que viene el lobo, que viene el lobo».
‘Otros’ no se andan con exclamaciones ni zarandajas. Cuando comprueban que los políticos en quienes habían ‘delegado’ no les dibujan un panorama suficientemente rentable para sus negocios, se dedican a mover ficha en el tablero de la economía internacional no vaya a ser que pierdan la partida del monopoly. Esos ‘otros’ a los que me refiero no son ciudadanos como usted o como yo, ni pequeños o medianos empresarios, son las grandes corporaciones bancarias, los inversionistas de los mercados globalizados, los usufructuarios de la ingeniería financiera, los mercaderes a los que aún no ha llegado ningún Jesús (ni se le espera) para expulsarles del templo.
En su magnífico libro ‘Crónica sentimental de España’ contaba Manuel Vázquez Montalbán que nuestra prehistórica autárquica acabó en 1958 cuando «puestos a superar, superamos el mismísimo liberalismo y pasamos a ser neoliberales en economía» y aunque por entonces los neoliberales políticos no coincidían con los económicos, lo cierto es que el antiguo axioma de que «el pensamiento no delinque» se convirtió en el de «la economía no delinque», lo que traducido a lenguaje popular podría formularse de la siguiente manera: a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga y el último, que arree. Y ya ha llovido en el panorama económico mundial. Se han perfeccionado y sofisticado los mecanismos. En esta orgía de los inversionistas globalizados, apelar a sentimientos que no sean los del interés compuesto, los del porcentaje de beneficios o los del rendimiento es tan absurdo como esperar que el tiburón y la víbora se olviden del instinto con el que los ha dotado la madre naturaleza.
El progreso del hombre, los avances de la civilización se han edificado sobre un principio universal: el ‘control’ o el dominio de los instintos más primarios, más egoístas, más insolidarios. Domar las tendencias que han impedido que impere como constitución universal la ley de la selva.
La historia de la filosofía política está recorrida por etapas con avances y retrocesos que dibujan una tendencia general siempre positiva, siempre hacia cotas más altas, aunque nos avergüencen ‘borrones’ tan siniestros como los totalitarismos del siglo veinte.  De modo que, con todas las excepciones que se quiera, a más progreso, más justicia. Esos avances, sin embargo, no son fruto del azar. Ni de la generosidad voluntaria de los pueblos. Son conquistas de la política, de la política en su sentido más noble. La economía y sus ‘dueños’ son simples usurpadores del motor que mueve el mundo. Es injusto que la economía marque la música del baile. Hace falta más política. Y mejor.

Juan Domingo Fernández

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Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


junio 2012
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