Una mentira no se convierte en verdad por más que se repita o por muy alto que se diga. Vivimos una época en la que cualquier tonto solemne puede decir la mayor simpleza y ser recibida como un dogma incuestionable. La multiplicación de altavoces y de mensajes constituye una buena complicación pues nos obliga en última instancia a incrementar los filtros para conocer la naturaleza y la calidad de lo que se está ‘voceando’ en el mercado público.
«En lo tocante a la ciencia», escribió Galileo, «la autoridad de un millar no es superior al humilde razonamiento de una sola persona». Me parece que esas palabras son de aplicación también a otros ámbitos. Hay quienes creen que el hecho de que determinada idea (sobre política, economía, cultura, sociedad) sea compartida por un número elevado de personas se relaciona directamente con su valor o con lo acertado de la misma. Pero no es así. La historia de la ciencia y los sucesivos ‘atropellos’ sufridos por genios como Galileo Galilei, Nicola Tesla, Charles Darwin o Miguel Servet lo prueban a las claras.
En ese sentido reconozco que me pongo en guardia ante las incontinencias verbales de esos predicadores ‘full time’ que se multiplican como setas en las redes sociales. Gente capaz de pontificar con el mayor desparpajo sobre los últimos avances en mecánica cuántica, acerca del valor del empirismo científico en las tesis del filósofo Ludwig Wittgenstein o de la solución más fácil y sencilla para acabar con los problemas del hambre en el mundo o poner fin a las infidelidades en la pareja…
El viejo adagio popular de «aprendiz de todo y maestro de nada» o el más concreto de «zapatero, a tus zapatos» me parecen principios generales muy pertinentes para utilizarlos como filtro y que nos ayuden a conocer la calidad y la naturaleza de lo que nos están diciendo. Por eso en periodismo, pongamos por caso, no suelo conceder más valor que el puramente testimonial o anecdótico a esas preguntas –que todos hemos formulado alguna vez– solicitando propuestas a un futbolista en materia política, a un político sobre temas de astronomía o a un artista sobre los avances en la investigación con el gran colisionador de hadrones.
No se trata de renunciar a la variedad de asuntos y pareceres que suscita una realidad tan compleja y poliédrica como la de estos días. Allá cada cual con sus opiniones. Y allá cada cual con lo que quiera creerse. Lo importante es conocer, con un mínimo de rigor, cuál es la capacidad que se atribuye el emisor para darnos la matraca. En ese terreno las redes sociales son auténticos campos de minas. A veces es difícil conocer si el terreno que se pisa es seguro o esconde material explosivo. Es difícil saber si lo que se lee, se ve o se escucha es producto de una persona reflexiva y capacitada o el desvarío de un perpetrador de gilipolleces.
A lo que me refiero es a una sensación muy parecida a la que debió de sentir ayer el periodista gallego José Precedo [@joseprecedo] cuando escribió el siguiente tuit: «Los mismos tertulianos que saben por qué se hunde la economía y Siria está como está, dan las claves de la fiesta de Halloween».