El pasado miércoles la Comisión Europea aprobó el objetivo de establecer para 2020 una cuota del 40 % de mujeres en los consejos de administración de las empresas cotizadas en la UE. Ese mismo día la canciller alemana, Angela Merkel, vino a decir que verdes las han segado y que el asunto de la cuota femenina «debe ser regulado a nivel nacional». El proyecto de ley lo propone la comisaria de Justicia, Viviane Reding y quien rechaza su regulación a nivel europeo es otra mujer, Angela Merkel. Podría parecer que entre mujeres anda el juego, pero creo que el problema es más complejo.
El de las cuotas femeninas y la discriminación positiva es uno de los debates más recurrentes de las últimas décadas. La historia en este terreno avanza en zigzag. Durante los gobiernos de Zapatero, por ejemplo, se quisieron dar pasos adelante y sin embargo está muy extendida la percepción de que algunos nombres –y sobre todo la trayectoria de algunas ‘miembras’– no contribuyó precisamente a prestigiar el papel de la mujer, con Leire Pajín, Bibiana Aído, Magdalena Álvarez… Nadie en su sano juicio dudará, no obstante, de la buena voluntad que animaba a Zapatero en su afán por promover el trabajo y la figura de la mujer.
Los contrarios al sistema de cuotas apelan a criterios como los de idoneidad, mérito y competencia para seleccionar quién debe ocupar un puesto de trabajo, sin que influya la condición de ser varón o ser hembra. La única salvedad que cabe hacer a tal postura es el punto de partida, es decir: habrá que atenerse de manera escrupulosa a esos criterios cuando el punto de partida y el reglamento de la competición sean iguales para el hombre y para la mujer. No es aceptable que en la carrera salgan a la par y puntúen igual un Ferrari y un Seat 600.
Durante siglos, en España ha estado vigente la mentalidad que anida en la frase de Quevedo: «De la mujer, como de las otras cosas, usa; pero no te fíes».
No se trata de imponer ‘por ley’ una cuota femenina que discrimine a los más capaces o con más méritos. Imponer la cuota es una manera de contribuir a que la igualdad de oportunidades se produzca de facto en la sociedad a través de la conciliación familiar y laboral, de las bajas paternas y de ir arrinconando los ‘inconvenientes’ que ancestralmente condicionan a la mujer mientras siga siendo ella quien conciba y alumbre los hijos… Quiero decir que la cuota no es un objetivo en sí, es tan solo una herramienta, un instrumento para avanzar. Y de momento, en los consejos de administración de las mayores empresas de la UE solo se sienta un 13,7 por ciento de mujeres…
No tiene sentido que únicamente las mujeres sin hijos o las ‘superwomans’ lleguen a los principales puestos de responsabilidad en las empresas cuando tienen méritos, capacidades y preparación más que suficiente para ello. La mejor manera de luchar contra esa inercia histórica, contra la fuerza centrífuga que las reduce al plano doméstico y las aleja de los centros de poder es el establecimiento de cuotas, aunque alimente la propia misoginia de otras mujeres y a pesar del desabrido recuerdo de algunas ‘ministras de cuota’ de Rodríguez Zapatero.