El mundo está hecho de símbolos, aunque su naturaleza sea tan inmaterial como la de los sueños. En España, por ejemplo, el águila del escudo del régimen franquista (heredero a su vez del que siglos antes utilizaron los Reyes Católicos) acabó convertido en ‘el pollo’ para la terminología coloquial de quienes no comulgaban con aquel régimen y con aquellos símbolos. Pero el águila de ese escudo sigue ondeando en banderas utilizadas por algunos, precisamente, por el valor simbólico y transgresor que encierran.
En Cáceres, por ejemplo, los pollos no tienen ninguna connotación especial pero la gallina esta ligada indisolublemente a la leyenda de un destino trágico, el de la hija del caíd moro que se enamoró de un capitán de las tropas cristianas y favoreció la conquista de la ciudad. Como castigo, su padre la maldijo y la convirtió en una gallina que solo se hace visible y recorre las calles de Cáceres en la noche mágica de Mansaborá. ¿Qué decir del simbolismo del toro? Milenios después del laberinto de Creta y del Minotauro, la silueta del toro de Osborne recortada sobre el horizonte de media España fue durante años un totem del país y sin saber muy bien la razón desde ahí saltó a los objetos de recuerdo para turistas y a cantidad de banderas en las que en vez de escudo solo campea el toro… Un símbolo adoptado por una comunidad.
Por los símbolos se mata y se muere. Con los símbolos se crean emociones y lazos para que las generaciones se sientan uncidas a una tradición común. Los símbolos (entre ellos las banderas) a veces los carga el diablo. En ocasiones sirven sencillamente para suscitar la reflexión o bordear la poesía. El avión a reacción MiG soviético que Wolf Vostell utilizó junto con un piano, un automóvil y varios ordenadores para levantar su escultura ‘¿Por qué el proceso entre Jesús y Pilatos duró solamente dos minutos?’, instalado en el patio del Museo Vostell Malpartida (MVM) es una obra de arte que asombra a quienes visitan ese espacio maravilloso de Los Barruecos. Sin embargo, otro avión a reacción, el F-5 instalado hasta esta misma semana en una rotonda de Castuera ha generado una formidable –y en mi opinión absurda– polémica porque para algunos solo representaba un símbolo bélico. Ay, los símbolos.
Aunque es seguro que no estaba en su ánimo, las palabras del Papa Benedicto XVI desahuciando a la mula y al buey del portal de Belén, constituyen un buen rapapolvo, finiquitar la tradición de unos símbolos adoptados por generaciones y generaciones de creyentes. Es un asunto baladí pero delicado. No tanto por los belenistas a los que les parte de cuajo el plan de trabajo futuro, sino al común de los mortales que han interiorizado en la memoria colectiva la presencia de las dos bestias, la mula y el buey, propias de un pesebre, dispuestas a calentar el ambiente con el calor de sus cuerpos.
Que el Papa aborde cuestiones teológicas como la transubstanciación o la comunión de los santos nunca despierta polémica, pero que nos expropie así, de pasada, el símbolo de la mula y el buey en el portal de Belén, eso sí que no. Por menos se organiza un cisma.