Mi abuelo paterno, médico, fue discípulo de Santiago Ramón y Cajal en la Universidad Central de Madrid y toda su vida habló de aquel hombre como un genio ejemplar, como un referente en el que se concentraban los valores y las virtudes que hacen que avance el mundo y sea un lugar más habitable. Cada época alienta sus grandes hombres, sus referentes, en cualquier actividad social: la ciencia, el deporte, la política, la cultura, la educación, el mundo empresarial… Cuando yo era niño en mi casa oía hablar frecuentemente de otros dos genios ejemplares, también galardonados con el premio Nobel igual que Ramón y Cajal. Me refiero a Juan Ramón Jiménez, el poeta exiliado y muerto en Puerto Rico, y al científico Severo Ochoa, con el que trabajó un extremeño de Ibahernando, Eladio Viñuela, que quizás hubiera alcanzado el Nobel de haber vivido más años.
Cuando una sociedad cada vez más intercomunicada y accesible soporta bombardeos constantes de mensajes sin jerarquizar es fácil perder los referentes no por su escasez sino al contrario, por su abundancia. ¿A quién tomar como ejemplo? ¿A través de qué vías garantizarnos que ese prohombre de la ciencia, de la política, de la cultura no es una figura mediatizada, un ídolo con los pies de barro?
«Nadie es un gran hombre para su ayuda de cámara», decía el marqués de Sade, aunque hay ejemplos en que la proximidad del admirador al admirado desmiente tal sentencia. Ahí está el caso tantas veces citado del escocés James Boswell, un pobre diablo que pasó a la posteridad por haber escrito la que se considera el paradigma de las biografías en las letras inglesas, ‘La vida de Samuel Johnson’. Lo extraordinario y paradójico de este caso es que el tal Johnson no se hubiera convertido nunca en un ‘referente’ de la cultura inglesa de no haber sido por esa biografía y, a su vez, lo paradójico es que ese formidable encumbramiento se produzca de la mano de un tipo como James Boswell, al que Lytton Strachey en su libro ‘Retratos en miniatura’ (Valdemar) se refiere en estos términos: «Sería difícil encontrar una refutación más contundente de las lecciones de moralidad barata que la biografía de Boswell. Uno de los éxitos más notables de la historia de la civilización lo logró un individuo que era un vago, un libidinoso, un borracho y un esnob».
Curiosamente, para una sociedad que puede dedicar monumentales recursos y mucha parte de su tiempo a la minería en las redes sociales y en la galaxia digital, cada vez resulta más complejo encontrar modelos públicos a los que tomar como referencia. Y no me refiero, insisto, únicamente a la política. Cada día tiene sus dificultades y sus retos. Siempre ha sido así. Lo inquietante es sumar a las dificultades la incertidumbre que representa no vislumbrar a nadie en el horizonte que disuelva las dudas como el sol disuelve la niebla.
Aunque puede que el mío sea un deseo melancólico y el propio Samuel Johnson tuviera su enjundia si fue capaz de llegar a la siguiente conclusión: «No hay nada de lo ideado hasta ahora por los hombres que produzca tanta felicidad como una taberna».