Teniendo en cuenta que esta columna sale entre la llegada del fin del mundo y la llegada del Gordo de Navidad he decidido no interferir en los desvelos del azar y allá se las apañe fortuna con sus manejos o como suele decirse, a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Contaba Carlos Luis Álvarez, ‘Cándido’, que un día sintió la tentación de no leer periódicos, ni ver la tele, ni oír la radio, ni hablar con nadie para «suspender el discurso profesional y no correr ningún riesgo», es decir, para convertirse mientras tanto en un don Tancredo de la vida que no siente la necesidad de pensar ni discutir.
«Si uno se pasa de diligente, puede convertirse en entrometido; si de escrupuloso, en pedante; si de persuasivo, en engañador; si de escéptico, en cínico; si de minucioso, en histérico; si de penetrante, en cruel; si de perspicaz, en adivino…», escribía Cándido para justificar su apuesta temporal por la mera observación dontancredista. Es un buen catálogo de prevenciones, de reparos, para justificar la inactividad. Yo no llego a tanto, a mí lo que me pide el cuerpo es repanchingarme en el sofá y ponerme a mirar el horizonte igual que el sabio Diógenes cuando estaba en su cuchitril, casi desnudo, tomando el sol y se presentó ante él nada menos que Alejandro Magno, el emperador de medio mundo. Ya conocen la historia, Alejandro, en su afán por ser obsequioso con Diógenes le preguntó: «¿Qué deseas que te conceda? Pídeme lo que quieras». Y Diógenes respondió: «Solo que te apartes un poco, me estás quitando el sol».
Con la mente en blanco, lo único que despierta mi curiosidad son las especulaciones acerca de cómo será el fin de fiesta. Por lo pronto, la prosa que está generando el ‘evento’ está más cerca del humor de Buenafuente que del Apocalipsis de San Juan; las ocurrencias segregadas durante la fase previa invitan a preguntarse con Sara Montiel «¿pero qué invento es esto» antes que interrogarse por el sentido de la existencia…
En este apocalípsis portátil, en esta antihecatombe desenfadada de la era digital, las preocupaciones van desde no saber qué vestido ponerse para la ceremonia postrera hasta reconocer la contrariedad que supone irse para el otro mundo sin averiguar si Rajoy acabará pidiendo o no el rescate. Particularmente, confieso que si los mayas se salen con la suya lo que sentiría de verdad es haber dejado el valle de lágrimas sin conocer la fórmula de la Técula Mécula y sin saber a ciencia cierta si el Rick Deckard (Harrison Ford) de ‘Blade Runner’ es un replicante o no.
¿Debo pensar en el Gordo (con perdón) de Navidad? ¿Tiene sentido abandonar el nirvana dontancredista que me he concedido por un día? En su artículo, ‘Cándido’ contaba que interrumpió la meditación porque había matado una mosca, lo que le llevó a una serie de consideraciones sobre la verdad y el sentido de la realidad que le hicieron concluir una verdad que a mí me parece harto singular: la mosca no tenía poder y él sí. Visto de esa manera, el argumento es inapelable. Pero como en mi caso no hay mosca alguna que matar y tampoco poder, me inclino por pensar en lo del Gordo de Navidad y que Dios reparta suerte.