El humor en el periodismo cumple la misma función que el analgésico en el botiquín casero, lo reservamos para las patologías leves y los casos de malestar general. En el periodismo, sin embargo, más que un simple paracetamol el humor debería estar considerado igual que la sal en la cocina: un condimento saludable siempre que se utilice con moderación.
En realidad, humor y periodismo son miembros de una pareja de baile tan antiguos como el propio baile o la propia pareja. Ahí están ‘La historia de Roma’, de Indro Montanelli, o la historia de los mentideros, de las hojas volanderas, de las ‘gacetas’ o como queramos llamar a ese género ‘antecesor’ del periodismo de nuestros días.
Exceptuando los espacios profesionalizados en los que el humor es el argumento principal de la trama (semanarios satíricos, programas televisivos de parodias, secciones de humor en las radios) el periodismo informativo, y especialmente el de opinión, están dominados por una seriedad propia de quien se ha tragado un sable.
No se me malinterprete. Lejos de mi ánimo abogar aquí por una ensaladilla de mezclas salpicada de humor. Cada género tiene su técnica y sus normas. El humor puede ser incompatible con la solemnidad impostada, con la severidad, pero no es incompatible con el rigor intelectual o con la veracidad argumental. Se trate de información o de opinión, de prosa o de verso, como le ocurría al famoso personaje de Molière.
Quiero decir que no hay que desechar de cualquier trabajo periodístico (incluidos los ‘profesionalmente’ humorísticos) cierta vocación de humor. Como la objetividad, el humor es una pretensión a la que debemos aspirar constantemente.
Frente a las regañinas tronantes y las filípicas cuajadas de acritud (y me da igual que la acritud se dirija a uno u otro signo político) debería potenciarse la sabiduría tradicional del buen humor, de la ironía inteligente, de la medicinal sonrisa.
Hay columnistas de humor tan agrio y recio que en vez de formular una reflexión parece que te están perdonando la vida con sus retruécanos. En esto sí que las redes sociales son una saludable excepción. El humor se da a raudales, a veces hasta el extremo de que ‘sólo’ es humor, o puro ingenio, fuegos artificiales que relumbran pero no alumbran. También abundan, por fortuna, los columnistas que entregan el fruto de su trabajo con la elegancia de un planteamiento estructurado, certero, y la chispa del más sano y bienintencionado humor.
«El humor es la única arma que les queda a los débiles frente al poder opresor. El poder no usa el humor, porque el poder no admite bromas», ha escrito el humorista Máximo San Juan, Máximo. Que se lo digan a Mingote, del que estos días ‘ABC’ ha desvelado una galería de chistes y dibujos que la censura le prohibió.
A mí me gusta mucho una frase de Winston Churchill acerca del tema: «La imaginación consuela a los hombres de lo que no pueden ser. El humor los consuela de lo que son». Me parece un principio bien sugerente y una invitación a reflexionar sobre algunos «píos deseos para empezar el año».