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Sólo cinco palabras

Antes, cuando no resultaban tan familiares la prima de riesgo ni  las charlas de macroeconomía de barra de bar, el común de los mortales nos limitábamos a criticar la subida del precio del pan, la subida del café y como mucho de la inflación. Pero «quejarse de los precios no es una lección de economía, es una cuita, y eso no viene en el libro de Keynes», que decía Cándido.  ¿Consecuencia? Se acabaron los principios rudimentarios de economía, la regla de tres de la cuenta de la vieja y aquí estamos, dándole cancha y estrado a los nuevos hechiceros de la tribu, es decir, a los asesores financieros y a los economistas devenidos en formidables profetas del pasado.
Antes cada cosa iba por su lado y el hombre de la calle podía vivir tranquilo, sin que le inquietara la macroeconomía ni la evolución de los mercados. Le bastaba con saber el precio de unos pocos productos básicos para hacerse una perfecta composición de lugar del ‘hecho económico’.  Al desasosiego cotidiano que acarrea ganarse la vida no tenía que añadir un denso conjunto de inextricables (y muchas veces falsas) normas teóricas.
La economía estaba bendecida por la claridad, por la transparencia, por la comprensión. El que más o el que menos sabía interpretar ese lenguaje común de reglas básicas donde además del precio de los productos las únicas palabras abstractas eran ‘trabajo’, ‘esfuerzo’, ‘ahorro’, ‘riqueza’ y ‘pobreza’.  Cinco columnas para sustentar el universo económico. Aunque en el cosmos de los mercados operasen otras fuerzas, esas cinco palabras equivalían a la ley de la gravedad comprendida y percibida por todos. Por supuesto que las economías nacionales e internacionales, como placas tectónicas, seguían acumulando energía y provocando terribles movimientos sísmicos, pero a nivel de tierra, en la escala reducida y humanísima del hombre de la calle solo regían esos cinco principios desde los tiempos remotos de la prehistoria.
Hace pocas décadas la preocupación macroeconómica más elevada para el ciudadano medio era la balanza de pagos. El propio Cándido bromeaba sobre lo contradictorio que resultaba ese concepto para quienes no entendían en realidad su significado pero pagaban las consecuencias de que subiera el pan, la leche o la carne de ternera. «Yo espero que sobre mi tumba se escriba esta leyenda: ‘Aquí yace un hombre que murió de necesidad defendiendo la balanza de pagos’», señaló con inteligente ironía.
Atrás quedó la balanza de pagos. Estamos en la era del déficit público, de la prima de riesgo y de la deuda pública. ¿Pero en qué momento se ha producido el ‘cambiazo’, el timo del tocomocho? O por decirlo con las palabras del poeta Ezra Pound en su Canto XLV, ‘Con usura’:  ¿En qué momento «han traído putas a Eleusis»? Los mercados son capaces de imponer la ‘usura’ bajo una apariencia de legalidad universal, de legalidad sistémica. Mientras, a ras de suelo, donde discurre la vida, estamos a punto de olvidar la advertencia del poeta: «No vino por usura Angélico; no vino Ambrogio Praedis,/ No vino ninguna iglesia de piedra pulida firmada: Adamo me fecit».

Juan Domingo Fernández

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Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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