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Máscaras de carnaval

Tengo la garganta lastimada por comulgar con tantas ruedas de molino, así que no seguiré mirando los muros de la patria mía, que ahora son los muros de Facebook y Twitter, todo el rato encendidos contra la corrupción rampante y el malestar desbocado. Los bancos y lo que representan se adueñan del mundo ante la complacencia y la complicidad de quienes marcan las normas. Es una pesadilla. La gente se indigna contra la corrupción política y contra la inutilidad de un sistema económico y social que se ha revelado al servicio –simples terminales– de don Dinero. Nos hemos dejado conducir como reses al exterminio. Hemos permitido que nos arrastren hacia una sociedad disparatada en la que el poder financiero, ¡más madera, que fluya el crédito!, representa el corazón de la máquina, el cerebro, el trono, la silla gestatoria y hasta el símbolo de lo inamovible y sagrado. Los bancos y el poder financiero tienen más poder que todos los gobiernos, que todas las constituciones y que todos los dioses. No hay más becerro que el de oro. Ni más Estado que el Dinero. «Madre, yo al oro me humillo, /él es mi amante y mi amado, / pues de puro enamorado / anda continuo amarillo. / Que pues doblón o sencillo / hace todo cuanto quiero, / poderoso caballero / es don Dinero». Me acuerdo del Pablo Guerrero de «Hay señales que anuncian que la siesta se acaba y que una lluvia fuerte limpiará nuestra casa», pero de momento sólo se han atrevido con los sumos sacerdotes de esa religión en Islandia; el otro día en Estados Unidos, si acaban apretándole las tuercas a Standar & Poor’s, y anteayeren Alemania, donde preparan un cambio de normativa para poder enchironar durante cinco años a aquellos directivos de bancos que aprueben inversiones incumpliendo la ley o que terminen en fiasco. Con el dinero no se juega.  Recordaba esos versos de Quevedo y también el artículo de Larra ‘El mundo todo es máscaras. Todo el año es carnaval’, tan de estos días. Ya saben la historia, el Larra de ‘El Pobrecito hablador’ creía que la falsedad de la máscara y el disfraz se hallaba en los salones de bailes, pero cuando recurre a Asmodeo, héroe del ‘Diablo cojuelo’, ese que puede ver lo que ocurre en cada casa mirando a través del techo como si lo hiciera con un cristal de aumento, descubre que en la vida casi todo es fingimiento, desde la edad  de la vieja que se empeña en parecer joven, incluso desnuda, hasta el célebre abogado que utiliza el saber, los libros para litigar, como un postizo, como un bisoñé. Gracias a su ‘Cicerone’ descubre al que se disfraza con las medallas de la dignidad y del poder; a quien  promete la fidelidad que no mantiene o a quien se engaña a sí mismo, vanidoso, creyendo que en sus obras late el sentimiento de los clásicos. «Sal a la calle y verás las máscaras de balde», le dice Asmodeo a Larra.
Estamos en carnaval, sigo el consejo. Mientras paseo trato de adivinar en qué rostros se  esconde la ambición, la falsedad, la avaricia, la egolatría, la ira… En mis elucubraciones hallo paralelismos para llenar un teatro. Llego a la esquina donde un hombre, de rodillas y con la cabeza agachada, pide limosna. Para él seguro que no es carnaval.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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