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Lágrimas e incienso

Ningún antídoto mejor contra la vanidad del mundo que el paso del tiempo. Bien lo saben los habitantes de cualquier imperio, desde el romano hasta el soviético. Cuenta Albert Djemal que al morir Stalin el diario ‘Pravda’ publicó un artículo transido de amor patrio hacia el héroe nacional. «¡Adiós, padre! Adiós, querido padre, al que amaremos hasta exhalar el último suspiro. ¡Cuán grande es nuestra deuda contigo! Tú estarás siempre con nosotros y con aquellos que nacieron a la vida después de nosotros. Oiremos tu voz en el estruendo rimado de las turbinas que animan las gigantescas centrales eléctricas; en el paso cadencioso del invencible ejército soviético; en el ruido de las olas de mares creados por tu voluntad, y en el amor del follaje en las estepas arboladas que se extienden hasta el infinito».
Stalin murió en 1953 y apenas tres años después su nombre y el de sus seguidores, estalinistas, eran sinónimos de maldad, de dictadura y de barbarie. En la URSS y en el resto del mundo.
Lejos de mi ánimo identificar a Hugo Chávez con el ‘estalinismo’ (a pesar de sus excesos para la considerada práctica democrática convencional y sobre todo a pesar de los excesos que le atribuyeron quienes le bautizaron desdeñosamente como el ‘gorila rojo’), pero las manifestaciones y proclamas públicas tras su muerte están recorridas por la misma retórica altisonante que ilumina los responsos de los dictadores, de los caudillos y de los prohombres que se consideran salvapatrias.
En el caso de Chávez no me sorprenden las muestras fervorosas de sus seguidores recogidas por la Prensa: «¡De tus manos brota lluvia de vida, te amamos!», sino las muestras políticas del propio régimen prometiéndole lealtad «hasta más allá de la muerte». Según informa ABC, el ministro venezolano de Comunicación, Ernesto Villegas, ha asegurado que tras la muerte de Chávez, lo que viene es «más Chávez». Y en declaraciones a la televisión estatal, Villegas aventuró que dentro de 50 años los jóvenes llevarán camisetas con el rostro del líder bolivariano en señal de rebeldía. No sólo en Venezuela, también en Cuba, donde Raúl Castro le declaró «eterna lealtad» y el ‘Granma’ calificaba de «irreversibles» las conquistas de su revolución.
Confieso que en materia de regímenes victoriosos soy doblemente descreído y escéptico. Y también ‘machadiano’: «no hay mal que cien años dure ni gobierno que perdure». El destino de todas las estatuas es ser derribadas, antes o después. Y ni siquiera los monumentos funerarios garantizan la paz eterna. A los españoles nos suena aquello de «atado y bien atado».  Cada vez que presencio en los medios de comunicación estas manifestaciones multitudinarias de dolor por el ‘llorado líder’ me acuerdo del cuento ‘La oveja negra’, de Monterroso, y de la relación de emperadores romanos que fueron convertidos en ídolos y regular y sucesivamente pasados por las armas.
Decía Voltaire que a los vivos se les debe respeto, pero a los muertos tan solo verdad. Esa es la tarea que queda.

Juan Domingo Fernández

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Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


marzo 2013
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