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Hacia la sabiduría

La destrucción de miles de negativos y diapositivas que el fotógrafo Daniel Mordzinski almacenaba en unas dependencias del diario ‘Le Monde’, en París, devuelve a la actualidad el viejo tema de las hecatombes patrimoniales, la desaparición de las cosas queridas, ya sean la Biblioteca de Sarajevo, el Museo de Bagdad o los miles de yacimientos expoliados en cualquier rincón del mundo.
Cuando la desaparición afecta a objetos a los que no nos sentimos vinculados por razones sentimentales o geográficas quizás el pesar sea más tolerable, menos intenso. Ojos que no ven, corazón que no sienten. Pero cuando lo que perdemos pertenece al ámbito íntimo de nuestro trabajo o de nuestras emociones, la sensación de pérdida debe de resultar tan dolorosa como la que agobia a Daniel Mordzinski estos días.
¿Quién no se ha sentido mutilado, incompleto, al darse cuenta de que nunca más verá aquella fotografía de su niñez o de su juventud cuya pérdida le daña y desconsuela diariamente? Y no por el valor material del patrimonio, a pesar de la cínica sentencia de Maquiavelo: «Los hombres olvidan más fácilmente la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio».
En mi caso, desde luego, añoro más la primera pluma estilográfica que me regalaron de niño –y que sé extraviada para siempre– que las decenas de libros o los cuadros, por ejemplo, perdidos en el laberinto del olvido (propio y ajeno) y que nunca volveré a disfrutar aunque, con seguridad, en el mercado la etiqueta del precio marque una cifra considerablemente más alta.
Supongo que esa sensación de pérdida está emparentada con la que embarga al protagonista de ‘Ciudadano Kane’ cuando en los instantes postreros de su vida la única palabra que balbucea es ‘Rosebud’, el enigmático nombre del trineo con el que jugaba de pequeño en la nieve. ¿Cómo es posible que el rico magnate que posee un imperio y ha gozado de todos los tesoros y bienes del mundo recuerde tan solo el humilde patrimonio de un juguete?
Sospecho que en cualquier sociedad y en cualquier época se registran a veces sensaciones parecidas. ¿Eso hace que las sociedades sean más dinámicas? Imagino que sí. Evolucionar, avanzar, exige dejar atrás, arrumbados en el baúl de los recuerdos, todos esos aspectos de la vida que únicamente comportan automatismos inútiles, viejas inercias cuyo sentido nadie comprende y que conducen directamente a la extinción… La dificultad radica, claro está, en determinar qué parte de la carga es superflua y que parte resulta esencial para que una generación tras otra avance y progrese.
Así como cada hombre debe aprender qué ‘tesoros’ del pasado no pueden extraviarse jamás, cada sociedad debe averiguar también, colectivamente, qué factores comunes son imprescindibles para la supervivencia, para la conquista del presente y del futuro. «¿Buscar la verdad? Sí, si sólo se trata de saber. Pero ¿y si se trata de vivir? Entonces es preferible la sabiduría». Esas palabras de Joubert siguen siendo uno de los anhelos vitales más inteligentes que conozco.

Juan Domingo Fernández

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Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


marzo 2013
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