Hace pocos días visité en Madrid una doble exposición organizada por la Fundación Mapfre sobre los ‘Impresionistas y postimpresionistas’, con obras maestras del Museo D’Orsay, y otra titulada ‘Luces de bohemia’, acerca de la presencia de los gitanos en el arte y la definición del mundo moderno. No quiero abordar aquí la emoción que produce contemplar de cerca un puñado de cuadros de Van Gogh –entre ellos alguno de sus incontables autorretratos–, las genialidades del Cézanne de ‘Bodegón con cebollas’ o varias obras fundacionales de Monet, Renoir, Toulouse-Lautrec, Signac, Gauguin o Pisarro. No quiero tampoco aburrirles subrayando el placer que produce la contemplación de otras muchas obras maestras (desde el ‘Autorretrato ante el caballete’ de Goya, que parece pintado ahora mismo, hasta ‘Un par de botas’, de Van Gogh, o el pequeño autorretrato a tinta china de Baudelaire) entre otros motivos porque ambas exposiciones (con entrada gratuita) permanecen abiertas en las Salas Recoletos hasta el 5 de mayo.
De lo que quiero hablarles es de dos aspectos, quizás anecdóticos, que descubrí durante el recorrido por las muestras. Pongámonos en situación. Visitantes desfilando ante los cuadros y que pocas veces se detienen. Pero ante alguna de las obras, una joven profesora sienta a un grupo de ocho o diez niños de primaria y les adentra, con preguntas y sugerencias muy inteligentes, en la atmósfera y el universo del cuadro elegido. Qué envidia, pienso para mí, acceder a la comprensión y al disfrute del arte mediante esa vía. A ratos el verdadero espectáculo es el círculo que forman la profesora y sus pequeños alumnos. Muchos espectadores lo confirman siguiendo, embobados, las explicaciones de la maestra y las respuestas, llenas de ingenuidad y también de sentido común de los pequeñajos.
Segundo acto. Al fondo de unas de las salas, el famoso cuadro ‘Un rincón de mesa’, de Henri Fantin-Latur, cubre casi toda la pared. A la izquierda, en la parte inferior, Paul Verlaine y Arthur Rimbaud parecen mirar, ajenos al grupo, sus propios pensamientos. Tal vez el ensimismamiento de los geniales y ‘malditos’ poetas franceses me induce a plantearme otras preguntas. ¿Por qué ha desaparecido el motivo ‘retrato de grupo literario’ en la pintura contemporánea? ¿Por qué los pintores siguen pintando por ejemplo marinas, bodegones o praderas con montañas y pajaritos pero ya no pintan a escritores o a artistas formando un grupo? ¿Después de ‘La tertulia del Café Pombo’ de Gutiérrez Solana, ha desaparecido el género, al menos en España? ¿La liquidación hay que atribuírsela a la popularización de la fotografía o a la imposibilidad de reunir a más de dos escritores hermanados para la posteridad? Exceptuando alguna inusual fotografía en los reportajes ‘generacionales’ que a veces publican los suplementos literarios de los periódicos, no recuerdo ninguna imagen contemporánea que pueda equipararse a ‘Un rincón de mesa’ de Fantin-Latur. Sigo con mis cavilaciones. Tengo que preguntar por el asunto a mis amigos escritores y pintores. Igual pueden aclarármelo.