DURANTE décadas, en casi todas las casas de España nunca faltaban dos fotos: la de la primera comunión y la de la boda. El progreso y las modas fueron enriqueciendo o modificando el álbum, pero rara era la familia que renunciaba a tales instantáneas. Con el desarrollismo y el tiempo de las vacas gordas (y que cada cual establezca los límites de la feria) las primeras comuniones se fueron convirtiendo muchas veces en puro alarde y exhibición de gastos ostentosos e impropios para una celebración en la que debe primar no la superficialidad del brillo económico sino el espíritu religioso profundo, perdurable.
Desde hace años –y en algunos casos también décadas– en muchas parroquias y colegios de España se han establecido recomendaciones o normas que tratan de evitar los ‘excesos’ de primeras comuniones donde las familias convierten la ceremonia en una ‘pequeña boda’ en la cual parece obligatorio tirar la casa por la ventana.
Es verdad que la crisis nos ha traído al tío Paco con las rebajas y los excesos son ahora menos abultados. No obstante, la factura de las primeras comuniones sigue representando un gasto considerable que, por presiones del entorno social, a bastantes familias les resulta difícil eludir. Según el último número de la revista ‘Consumidorex’, el precio medio de las comuniones en el caso de una niña es de 3.245 euros (incluyendo además del vestido, diadema, bolsito, etcétera, la medalla de oro, el rosario, la comida –30 invitados– fotos o recordatorios, vídeo y álbum de fotos). Si se trata de un niño, la cifra del precio medio se reduce algo: 2.841 euros.
Ante este panorama resulta comprensible la actitud de parroquias como las de Miranda, en Avilés (Asturias) que ha dicho adiós a los trajes de marinerito y ha implantado la tarifa plana de «todos los niños con túnica». En la parroquia no se compran trajes pero se facilitan las túnicas. La idea es que todos vistan igual «y si algún padre no está de acuerdo le damos la opción de que vaya a otra parroquia», advierte el sacerdote.
Hay quien discrepa aduciendo que en muchos hogares los trajes de primera comunión van pasando de un hermano a otro y en ese caso el gasto estaría precisamente en la túnica, pero el argumento no parece muy firme pues al facilitársele la vestimenta alternativa no se incurre en gasto alguno. A mí me parece que estos ‘recortes’, impuestos por la crisis y en parte también por la aspiración a una religiosidad más auténtica y menos de quincalla, son una de las escasísimas aportaciones positivas que está acarreándonos el tiempo de las vacas flacas. Perder grasa y potenciar el músculo. Menos superficialidad y más cosas esenciales.
Quiero decir que en la primera comunión el aspecto dominante, prioritario, es el religioso, el de la espiritualidad. El otro, la celebración festiva, el rito social, puede dotársele del relumbre que se quiera, pero siempre será secundario. La cuchipanda, el festín, el banquete, la comilona, el bullicio, los regalos… pueden ser también ilusionantes y memorables, pero únicamente son la espuma de la ola. El mar es otra cosa.