CON motivo del quinto aniversario del Estatuto de Autonomía, en mayo de 1988, la Asamblea de Extremadura publicó un volumen, bella y pródigamente ilustrado, para el que me solicitaron un pequeño texto. Además de un recuerdo para dos nombres de primerísima fila entre los maestros de la crónica parlamentaria, Víctor Márquez Reviriego y Luis Carandell, en aquel texto de hace 25 años yo salía al quite de la desalentadora sensación –tantas veces vivida por los periodistas– de que siendo verdad que las sesiones parlamentarias aparentemente no interesan a casi nadie, sin dichas sesiones en cambio «la vida política sería menos digna, transparente y democrática».
«Muchas noches, después de sesiones que habían empezado por la mañana y que sólo se habían interrumpido para comer, miraba inquieto el reloj pensando lo tarde que era y el poco tiempo de que disponía para ponerme a las teclas del viejo ‘scrib’ y teclear frenéticamente hasta completar la reseña de la sesión. Junto a la reseña yo solía firmar –cuando había ocasión para ello– una columna de opinión que titulaba ‘Tras el cristal’. Se trataba de un título que tenía varias justificaciones. La primera y acaso más inmediata es que yo veía las sesiones tras el cristal de mis gafas y la segunda, por lo mismo, era una especie de reconocimiento a esa condición de mirada parcial, subjetiva, personalísima, que es siempre la mirada del periodista. Nada es verdad o mentira, sino según el color del cristal con que se mira».
También aprovechaba la ocasión para retratar algunos de los caracteres habituales de la vida parlamentaria extremeña y lo meritorio del trabajo periodístico cuando enfrente puede encontrarse de todo: desde el orador cultivado de ideas muy claras y bien expuestas hasta quien te mide las líneas de más o de menos que le has dedicado a su grupo político en la crónica del día siguiente pasando por los que se arrancan sinceros «sin papeles, en la tribuna de oradores, seguros de sus razones porque pertenecen al corazón o las nobles causas», señalaba entonces.
En fin. Al cumplirse los diez años de autonomía, en 1993, HOY publicó también unas páginas especiales y a mí me correspondió escribir una columna que titulé, –cómo si no– ‘Tras el cristal’. En aquella ocasión yo confesaba la sorpresa de quien, educado en la creencia democrática de que la exposición de un argumento en contra o a favor podría inclinar el sentido de los votos, las muchas horas en la tribuna de prensa de la Asamblea me sirvieron para constatar el escándalo intelectual de que tal postulado únicamente se cumplía en el plano teórico, pues allí se votaba según la señal del portavoz de turno, no según la conciencia o el raciocinio de cada diputado. Y añadía otra tesis que podría servir también para la conmemoración de los 30 años: las páginas de los periódicos son el espejo, el reflejo de la sociedad. El periodista puede ser más o menos veraz en sus informaciones o más o menos acertado en sus opiniones, pero el ‘interés’ de los asuntos que se debaten en la Asamblea no es asunto suyo, sino de la propia Asamblea. Que cada palo aguante su vela.