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Parentesco virtual

DE igual manera que una generación de espectadores se conmovió con la muerte en la ficción de aquel Chanquete de ‘Verano azul’, toda una generación de jóvenes y no tan jóvenes se conduele ahora en las redes sociales por la muerte, real y no virtual, del actor  James Gandolfini, que daba vida, y de qué manera, a Tony Soprano, el jefe mafioso de la serie televisiva ‘Los Soprano’.
Hay actores que encarnan de forma irrepetible a sus personajes. En el cine y en la televisión. ¿Quién puede imaginarse a otro protagonista de ‘Gladiator’ que no sea Russell Crowe? ¿Quién a otro ‘Doctor House’ que no sea Hugh Laurie? ¿Quien imaginaría, por ejemplo, los sucesivos Corleone de ‘El Padrino’ que no fueran Marlon Brando, Robert de Niro o Al Pacino?
El mérito de Gandolfini no ha sido únicamente convertir en creíbles, en verosímiles, los episodios tremendos de una familia mafiosa de Nueva Jersey, sino en ganarse el corazón de quien lo veía como un personaje lleno de matices humanos, contradictorio, débil muchas veces y disparatado otras. Un personaje capaz de mostrarse despiadado y también dominado por la ternura, aunque fuese una ternura revestida de prevención, es decir, de angustias, de resistencia. Un personaje complejo, laberíntico, sutil, no uno de esos papeles de cartón piedra llenos de latiguillos y lugares comunes que triunfan en las series de televisión como una caricatura de sí mismos.
Mi reflexión de hoy sin embargo no quiere centrarse en los méritos interpretativos de James Gandolfini ni en la fuerza dramática del personaje con el que obtuvo varios Premios Emmy, sino en el eco mediático de su muerte. Twitter ardía ayer con la noticia. Estoy convencido de que muchos de quienes no dedicarían ni una línea, ni un minuto de atención en sus cuentas de Twitter o de Facebook a la muerte de un familiar próximo ayer se dedicaron a comentar o enlazar noticias sobre la muerte en Roma de Gandolfini, el inolvidable Tony Soprano.
Borges sostenía que «es absurdo suponer que lo que leemos no es tan nuestro como lo que nos ocurre o lo que nosotros hacemos». Subrayaba así la posibilidad de que toda experiencia pueda ser transmutada en arte, en tema artístico. En el sentido de que lo real, lo que somos, no se constituye únicamente por lo que vivimos en primera persona sino por lo que nos llega a través del cine, de la literatura, de la vida en común. Deduzco que habrá quien sienta más familiaridad, más proximidad sentimental con el actor o con el personaje a quien ha visto muchas veces en una serie televisiva y poblado sus emociones, que con el familiar más o menos directo a quien acaso conoce tan sólo de encuentros momentáneos, escasos y circunstanciales. Supongo que algún sociólogo hablará ya de esta nueva forma de relación de las sociedades mediáticas que yo denomino ‘parentesco virtual’. Por tanto, que se prepare la CEOE, pues en adelante el Estatuto de los Trabajadores también deberá otorgar cuatro días de permiso por defunción a los deudos de nuestros ‘parientes virtuales’, a los que tanto queremos.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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