CONTABA Julio Camba que en cierta ocasión un loco se echó a la calle en Barcelona repartiendo billetes entre el público. Aquella noticia le causó una alegría especial y le hizo sentirse más ágil y ligero pues «todos esperábamos que a algún loco le diese un día por tirar su dinero, hartos ya de tantos locos que sólo procuran guardarse el de los demás». Pienso en las cosas que hubiera escrito ahora ese alumno de la estirpe de Sterne, –como se refirió Azorín a Julio Camba– con los sustanciosos asuntos que protagoniza, por ejemplo, un tal Luis ‘el Cabrón’.
Sin el halo romántico de Curro Jiménez ni la picardía simpática del carterista de posguerra; sin la grandeza valiente de Robin Hood ni el descaro manirroto de Dioni el del furgón, los latrocinios que conquistan titulares en los periódicos y abren los informativos tienen un aire apestoso a degradación moral y a trinque abominable. Aquí se han llevado desde la caja de los huérfanos de la Guardia Civil hasta fondos para los parados de Andalucía, pasando por las ‘comisiones’ y ‘mordidas’ de quienes transitan entre las cloacas del poder y sus aledaños.
Lo que más me indigna del latrocinio actual es su falta de grandeza y su renuncia deliberada a lo que podríamos llamar la ‘ética del esfuerzo y del riesgo’. Cuando bandoleros como Curro Jiménez o Robin Hood asaltan y roban, en contraprestación asumen diversos riesgos y unos esfuerzos consustanciales a la acción: buscar a sus presas, afrontar situaciones de violencia, sufrir la clandestinidad de los proscritos… Hasta el simple carterista que sin ejercer la mínima violencia física se dedica a hurtar para subsistir, sabe también que su iniciativa exige tiempo y dedicación, además de apechar con el riesgo propio de quien está contraviniendo la ley. ¿Pero qué riesgo, que esfuerzo asumen los gandules que emboscados en laberínticas estructuras burocráticas se limitan a echar la cabeza hacia atrás, poner el gaznate en punto muerto y convertirse en descomunales tragaldabas de la corrupción?
Gentes que se llevan los millones de euros y que ponen en riesgo la credibilidad del propio sistema democrático. Y a ninguno le da por tirar piedras contra su tejado. Nadie de los inscritos en el club de la infamia se pone a repartir billetes de 500 euros entre la gente que pasa por la calle, como el loco al que aludía Julio Camba.
Doctos en el saqueo y profesionales del expolio masivo, nuestros campeones del latrocinio se las ingenian para enriquecerse sin aspirar a ningún halo de grandeza, a ninguna coartada histórica o justificación sentimental que redima su culpa. Nada de robar por necesidad. Nada de robar para dárselo a los pobres. Nada de robar para cumplir un empeño social. Robar por robar. Y a manos llenas, sencillamente.
Camba subrayaba lo importante que es para la sociedad, sobre todo en el orden moral, la figura de un loco desinteresado como aquel que repartía dinero por la calle frente a estos «locos egoístas» que nunca echan la casa por la ventana y siempre barren para adentro. Me parece que locos de aquellos ya no quedan, salvo en la ficción.