Al cómico catalán Albert Pla le han bastado nueve palabras: «A mí siempre me ha dado asco ser español» para levantar una polvareda mediática de rentables resultados publicitarios. Dio en la diana. Seguramente después de su ingeniosa salida de pata de banco no recibirá ofertas para convertirse en profesor de la Escuela Diplomática, pero qué duda cabe de que ha demostrado talento para publicitarse con garbo y desparpajo. De alguna manera Albert Pla funciona aquí como el contrapersonaje de Torrente, ese desastrado que creó Santiago Segura y que nos parece familia directa del Makinavaja que encarnó Pepe Rubianes, un actor, por cierto, que también se despachó hace años con intemperancias públicas de tono subido. ¿Quién no recuerda aquel exabrupto de «a mí, la unidad de España me suda la polla por delante y por detrás, que se metan a España en el puto culo»?, por el que más tarde pidió disculpas y aclaró que él insultaba a «la España que mató a Lorca», pero no a la España democrática y constitucional, de la que se consideraba un ciudadano más.
Condolerse por la tierra de uno (llámese patria, nación, pueblo, sociedad, familia, lengua, infancia…) es una reacción tan antigua como el hombre. Únicamente ante lo que nos importa, ante lo que queremos, reaccionamos: lo demás es desierto o indiferencia. Eso vale para la emoción de Ulises al regresar a Ítaca igual que para el lamento de Quevedo: «Miré los muros de la patria mía, / si un tiempo fuertes ya desmoronados», el sentimiento de Unamuno: «Me duele España», pasando por esa declaración de amor que es ‘Máter España’ de Joaquín Sabina o el título-test de un libro de Sánchez Dragó: «Y si habla mal de España… es español».
No hay que dejarse engañar, sin embargo, por las apariencias. No es más patriota ni mejor español aquel a quien no se le cae de la boca todos los días el nombre de la nación, pero sin que revalide con hechos, de modo coherente, tal sentimiento… Gente que hace como esos pájaros que dan los gritos en un lugar y en otro anidan y ponen los huevos. No necesitamos patriotas de los que «sienten asco» a la hora de pagar a Hacienda o de contribuir en su país. Ni de los que intentan imponer a todos ideas y circunstancias que no buscan el interés común, del conjunto, sino el particular o sectario.
Establecidos tales puntos de partida –en los que seguramente coincidimos la mayoría– también hay que insistir en la necesidad de respuestas ponderadas. Tanto derecho tiene Albert Pla a confesar su asco por ser español como el resto de los españoles a sentir lo que les pida el cuerpo por el hecho de que él albergue… tales sentimientos. Donde las dan las toman. Aunque, bien mirado, sus palabras me parecen cohetería verbal que se alzan como una gansada y un exabrupto más que como un ultraje imperdonable. En resumen, el cómico lo único que hace es confesar un sentimiento del que, paradójicamente, reconoce ser la principal víctima.
Si alguien quiere indignarse de verdad con infamias e insultos increíbles, que entre en cualquier web o foro donde admitan comentarios anónimos. Eso sí que da asco.