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El robo rentable

HAY un dicho español muy expresivo para reflejar las situaciones doblemente humillantes: «Además de cornudo, apaleado». Millones de ciudadanos atenazados por una hipoteca y millones de ahorradores y de empresas descubren ahora que media docena de grandes bancos se dedicaron alegremente a manipular el euríbor y a ganar dinero a espuertas contraviniendo las normas de la competencia; es decir, pegándole cuatro largas cambiadas al becerro de oro o sanctasantórum del ‘paraíso’ capitalista. Si ya de por sí vivimos sometidos al imperio de los mercados, ese territorio inhóspito en el que los bancos son una especie de grandes casinos amparados bajo el mandamiento de «la banca siempre gana», solo faltaba que encima hicieran trampas. Y las han hecho.
La Comisión Europea les ha impuesto una multa de 1.700 millones de euros que supongo que no llegará ni a la categoría de chocolate del loro, sino que representará para las colosales ganancias acumuladas con sus trapacerías algo así como dos o tres granitos de alpiste entre las toneladas de grano que se han zampado estos pájaros… Por mucho que uno pretenda no atragantarse con la fe liberal, y por mucho que uno quiera ser comprensivo y tolerante con la mecánica operativa de las ‘citys’ financieras, noticias como las de esta semana te incitan a buscar un espray y a multiplicar por las paredes la sentencia de Bertolt Brecht: «Robar un banco es delito, pero más delito es fundarlo».
Se nos dirá que la multa impuesta por la Comisión Europea es un síntoma de que todo no está perdido, de que aún se puede confiar en las instituciones y en los mecanismos de defensa del ‘sistema’. Allá cada cual con sus dosis de optimismo. Otros pensarán, sin embargo, que estos episodios son como gotas que un día –quizás sorpresivamente– hagan rebosar el vaso de la paciencia colectiva. Y qué difícil resulta después recoger el agua derramada. Y los vidrios rotos.
Las prácticas sancionadas ahora por Bruselas constituyen no solo un fraude que socava la economía de millones de empresas, de ahorradores y de titulares de hipotecas referenciadas a los índices objetos de manipulación, sino que representa una desvergüenza que expande la semilla de la desconfianza ante el conjunto de la banca y las entidades financieras internacionales.
«Hay muchos medios de hacerse rico, pero muy pocos de hacerlo con honradez; la economía es uno de los más seguros, a pesar de que tampoco es del todo inocente porque resta una parte a la caridad», decía hace cuatro siglos Francis Bacon. Estoy seguro de que si esa frase se la enviásemos como felicitación navideña –por ejemplo– a los consejeros de cualquier banco del mundo, las carcajadas que les provocaría serían propias de un cuento de Dickens.
Y lo malo, lo ignominioso, es que a la infamia se une el descaro. Estoy convencido de que nadie entre los damnificados (las empresas, los ahorradores y los millones de hipotecados) van a recibir una compensación económica; para resarcirse de sus pérdidas tendrán que pleitear y recurrir. Dicho en prosa: además de puta, a poner la cama.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


diciembre 2013
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