HE visto estos días en una avenida cacereña una pintada bastante ingeniosa: «Papa Noel son los Reyes Magos». Habrá quienes piensen que se trata de una simple humorada, del chiste apresurado de un bromista. A mí me parece sin embargo que esas seis palabras son mucho más: nada menos que un denso y sutil editorial. A bordo del humor recorremos gran cantidad de espacio en muy poco tiempo, y nos ahorramos la fatiga tediosa de polémicas y diatribas que ocuparían decenas de páginas en los periódicos y un tiempo precioso en las tertulias.
Al autor de la pintada le bastan media docena de palabras para determinar a quién le corresponde la primogenitura en ese ámbito de leyendas navideñas. ¿Papá Noel? ¿Los Reyes Magos? Un veredicto claro: «Papa Noel son los Reyes Magos». No hay nada tan serio que no pueda decirse con una sonrisa. Y como sostiene Thackeray, «el humor es una de las mejores prendas que se pueden vestir en sociedad». En esta época de soporíferas peroratas, de alocuciones solemnes y plúmbeas, dos de las ventajas incuestionables de las redes sociales son precisamente la brevedad de sus mensajes y –en general– el tono humorístico de los mismos. Es cierto que también proliferan los malajes, los trols y los mochuelos vacuos, pero ya se sabe que no hay reglas sin excepciones.
La vinculación entre el humor y la brevedad funciona también en el terreno de la poesía. Y bien que lo sabían los alumnos de Juan de Mairena. Solo hay que recordar aquello que le dicta el profesor de Retórica a uno de sus escolares: «Salga usted a la pizarra y escriba: ‘Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa’». El alumno lo hace. Y el profesor le dice: «Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético». Tras meditar un momento el alumno escribe: «Lo que pasa en la calle». El profesor: «No está mal».
Casi dos siglos antes que el Mairena de Antonio Machado, el francés Joseph Joubert abundaba, con similares palabras, en la misma tesis. Decía Joubert: «Conciso como un poeta. Concisión poética. Lo que caracteriza al poeta es ser breve, es decir, perfecto, ‘absolutus’, como decían los latinos. En cambio, lo propio del orador es ser fluido, abundante, espacioso, extenso, variado, inagotable, inmenso». Paradójicamente, la poesía está rodeada en nuestra época de un halo de ‘oscuridad’ compleja que la convierten, a ojos del ciudadano común, en palabras y mensajes más difíciles de entender que el lenguaje, por ejemplo, de ciertos políticos y personajes públicos. Un maleficio que me resulta además de contradictorio, injusto.
Del mismo modo que para Ortega y Gasset «la claridad es la cortesía del filósofo», en nuestro tiempo la brevedad, la elegancia y el buen humor deberían ser las normas básicas de la convivencia política; al menos de las expresiones públicas… habituales de esa convivencia. El día que asista a un diálogo entre adversarios políticos y muestren la concisión de los buenos poetas o el humor de los alumnos de Juan de Mairena empezaré a cambiar de opinión. Mientras tanto, ya pueden adivinar con qué género literario entretendré mis horas.