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¿Y nuestro Hitchcock?

En el relato de Borges ‘Utopía de un hombre que está cansado’, una especie de guía turístico va mostrando a los visitantes las instalaciones de un viejo campo de concentración nazi. Cuando divisan la torre que tiene una cúpula alguien señala: «Es el crematorio». «Adentro está la cámara letal. Dicen que la inventó un filántropo cuyo nombre, creo, era Adolfo Hitler».
Esas palabras de un relato de ficción le acarrearon a Borges numerosas acusaciones de ‘filonazi’, cuando es de suponer que su intención, precisamente, no era otra nada más que subrayar el peligro que representa sepultar la historia en el olvido, dejar que tragedias como las del holocausto judío acaben reducidas a una placa en una pared y que un personaje como Adolfo Hitler pueda llegar a ser identificado –de ahí el requiebro irónico– con un filántropo por el simple hecho de que, al cabo de los años, se le identifica con quien debió de financiar la construcción de aquellas instalaciones letales.
No solo no se puede olvidar la historia, sino que es preciso conocerla bien. Lo razonablemente bien, quiero decir, que pueden llegar a conocerse unos hechos cuando el conocimiento está guiado por el afán de verdad y ecuanimidad, no por el afán tergiversador y sectario. Si se olvida la historia corremos el riesgo de creer que Hitler era un filántropo o que las víctimas de la banda terrorista ETA solo fueron daños ‘multilaterales’ de un ‘conflicto’ inhumano y añejo.
El exterminio injusto de cerca de mil personas durante medio siglo a manos del terrorismo etarra ha causado un sufrimiento gratuito en millones de seres humanos que no solo han convivido con el riesgo azaroso de las guadañas, sino contemplado, con más o menos proximidad, la pavorosa indiferencia –cuando no el desprecio– que esas muertes causaban muchísimas veces entre los propios convecinos de los verdugos. Gentes de pueblos y localidades vascas donde el terror empujó a buena parte del censo a ponerse de perfil y mirar para otro lado y a otros tantos a jalear y a homenajear a los asesinos con infame desparpajo.
En 1945 Alfred Hitchcock rodó, a petición de su amigo y mecenas Sidney Bernstein, un documental sobre los campos de concentración y el Holocausto. Olvidado durante años, el documental ha sido restaurado y completado en el Imperial War Museum de Londres, donde se conservaban las imágenes grabadas por operadores de la Unidad de Cine del Ejército Británico. Aquellos episodios que «traumatizaron» durante una semana al propio Hitchcock cuando los visionó por primera vez, podrán verse de nuevo en salas de cine y en festivales de todo el mundo para que no se olvide la tragedia.
Quizás en España algún día tengamos un Hitchcock capaz de reconstruir con imágenes de cine el éxodo de soledad y miedo vivido por quienes aguantaron el pulso al terrorismo etarra durante medio siglo. Un documental donde se restaure la auténtica memoria de sufrimiento y alguien pueda preguntar «¿quiénes son los auténticos responsables?» de todos esos crímenes. Y si hay perdón, que se rompa el silencio.

Juan Domingo Fernández

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Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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