El paisaje me parece una parcela semiabandonada en el tráfago de la actualidad periodística y literaria. No me refiero a las publicaciones especializadas (algunas verdaderamente antológicas) ni a los reportajes de viajes con fotos como postales que salpican algunas páginas en revistas y diarios. Estoy pensando en esos escritores cuya mirada trascendía la pura descripción geográfica o el censo demográfico (digamos Ponz) y ahondaron en la tradición de los viajeros ilustrados de los siglos XVIII y XIX, una trayectoria donde sobresalen autores que van desde la genialidad de Laurence Sterne con su ‘Viaje sentimental por Francia e Italia’ hasta ‘La Biblia en España’, de George Borrow, que tradujo nada menos que don Manuel Azaña.
A mí me gusta la pasión por el paisaje que mostraron los escritores de la Generación del 98, desde Unamuno a Azorín, pasando por Baroja y Antonio Machado, hasta las obras de autores más jóvenes como eran Ortega, Gregorio Marañón, Juan Ramón Jiménez, para desembocar en los poetas del 27, empezando por Rafael Alberti y terminando por Luis Cernuda.
Me parece que después del ‘Viaje a la Alcarria’ de Cela y de varias de las obras de Miguel Delibes, resulta difícil encontrar algo similar a los grandes reportajes literarios de Pla o Cunqueiro, donde el paisaje nunca es fondo de escenario y se convierte en protagonista absoluto. Creo que aquella pasión noventayochista por el paisaje se refugió en los poetas –ahí sigue alumbrando, inagotable, la obra de Claudio Rodríguez– y ha fructificado hasta en las generaciones de la poesía última. Por cierto, aunque no sea este lugar oportuno para recuentos minuciosos, hay que decir que el gusto por el paisaje está muy vivo en la obra de algunos de los grandes poetas nacidos en Extremadura: desde Álvaro Valverde a Ángel Campos, desde Pureza Canelo a Basilio Sánchez o desde José Antonio Zambrano a Santos Domínguez.
Sin embargo, yo echo de menos en las páginas de los periódicos ‘aproximaciones’ al paisaje similares a las que firmó en su día Azorín recorriendo media España. O a las estampas que Unamuno recreó tras las caminatas entre nuestro paisaje y paisanaje.
Ya sé que en la actualidad los medios informativos y técnicos se han multiplicado con las cámaras de fotos, los vídeos, los intercambios de mensajes raudos y triviales… Y habrá quien repare en que las formas de abordar los asuntos informativos también han crecido exponencialmente. Pero yo no estoy hablando de tecnología y de recursos, sino de emociones. No me refiero a las herramientas con las que se hace el trabajo, sino al trabajo mismo, al fruto del esfuerzo. Es sabido que la belleza del paisaje no está únicamente en el paisaje, sino en la mirada del viajero. Y más cuando los ojos del que mira trasciende la simple cartografía, si puede decirse así, para capturar y trascender el alma de las cosas. Esas miradas capaces de revelarnos la emoción de la tierra, de nuestros pueblos, de nuestros días felices y también de nuestros anhelos es lo que echo de menos. Pero sé que esas miradas llenas de humanidad y de poesía nos aguardan.