La crisis está resultando tan devastadora que ya ni el fútbol sirve como opio del pueblo. No sirve como opio y ni siquiera para cogerse el colocón, que es palabra incluida hace poco en el Diccionario de la Real Academia. En la vida para triunfar antes bastaba con escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo. Ahora lo más probable es que el libro te lo pirateen en Internet, el árbol se queme o acabe convertido en biomasa y a los hijos prepárate para visitarles en el extranjero, destino natural de un par de generaciones a las que han condenado al éxodo económico y al éxodo emocional, que es mucho más terrible y a la larga me temo que también mucho más oneroso. Otra forma de cataclismo.
La prueba irrefutable de que la crisis sigue devorándonos es que triunfan de nuevo las películas de humor, los mendigos toman diariamente las esquinas que habían conquistado los bancos (¡qué tiempos aquellos en que se multaba a quien mendigase o blasfemara en la vía pública!) y en las mesas camillas vuelven a tener su hueco los braseros de picón, badila y alambrera.
Por si fuera poco, el horizonte público en vez de obsequiarnos con la esperanza de algún prohombre capaz de ilusionar al personal, dispuesto a sacrificarse sin sucumbir a los consabidos intereses estratégicos y sectarios, nos fatiga con legiones de resabiados y de desencantados prestos únicamente a la cantinela nacionalista y al mandamiento único de su programa: «¿Qué hay de lo mío?».
Basta pensar en la tozudez calculada y progresivamente machacona con que Artur Mas y su equipo de incondicionales acelera el desafío a la convivencia nacional y retan al Estado y a la Constitución. Hasta que la cuerda se quiebre, probablemente una de las estrategias que están buscando de manera deliberada esa minoría de separatistas a quienes no se les habrá pasado por la cabeza el llanto y el crujir de dientes general que suele producirse cuando se llevan a las últimas consecuencias ciertos desvaríos…
Mientras el fútbol fue el opio del pueblo bastaba con centrarse en el universo de rivalidades de estrellas y equipos para vivir en paz. «A mí dejadme de política, yo solo entiendo de fútbol», anunciaba cualquiera en la barra del bar para que le oyeran todos, y esa frase le servía de carta de presentación ante el resto de parroquianos y de tarjeta de visita para andar por la vida. Así fue durante décadas.
Pero ese ‘antipolitiquismo’ a veces puro teatro, como en el bolero, también se está agostando con la crisis. La política ha contaminado más de un entusiasmo futbolístico hasta el extremo de que hay seguidores del Barça, por ejemplo, que se ven en la necesidad de aclarar que lo suyo es solo deportivo, que no comulgan con el perfil ‘identitario’ que pretenden atribuirle a ese club los separatistas y arrimados… Del mismo modo que hace décadas otros españoles se alejaron del Athletic de Bilbao de los tiempos gloriosos cuando a los ojos del resto de España la imagen del equipo fue enturbiándose con la sombra del separatismo radical. Así que vale, nada de opio; pero por favor, no nos priven de la fiesta del fútbol, arríen las banderas.