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Universo futbolero

El fútbol además de un deporte es una estética. Y una cantinela. No siempre ha gozado del prestigio intelectual que ilumina, por ejemplo, muchas de las argumentaciones vertidas en las últimas fechas a favor o en contra del estilo esencial del Real Madrid o del Barça o del Atlético de Madrid.
Antes de que se hicieran famosas las trapacerías de Bilardo, o los zig-zagueos éticos de Maradona; antes de las ‘boutades’ de Helenio Herrera o de las sentencias implacables de César Luis Menotti; mucho antes de que Vujadin Boskov resumiera el asunto con un sustantivo y un verbo: «Fútbol es fútbol», ese deporte se había convertido en una religión en cuyos devocionarios figuraban oraciones como el poema de Rafael Alberti al portero húngaro Platko o la celebérrima cita de Camus: «Lo que sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol». Decir que la pasión del fútbol excede lo estrictamente deportivo o del mundo del espectáculo es una obviedad. Basta escuchar cualquiera de las reflexiones que formula Jorge Valdano o las historias que recrea tan hábilmente José Antonio Martín ‘Petón’ para adivinar que detrás de esa pugna de once contra once por un balón existe una mística universal que tiene que ver con el territorio insondable de los hombres. Dicho con menos retórica: «De las cosas sin importancia, el fútbol desde luego es la más importante», que es una frase que no sé quién pronunció por primera vez porque se la atribuyen a medio mundo. El fútbol es, como dice Eduardo Galeano, un espejo. «Todo lo bueno y lo malo de la condición humana está en la cancha».
Pero al igual que ocurre con otros aspectos de la vida, lo peor no son los protagonistas, sino quienes los rodean, o los actores secundarios. A veces lo peor de un partido no es el partido en sí, sino la versión que intentan transmitirte del mismo o las interpretaciones –generalmente interesadas– que hacen los colaterales. Yo suelo encontrar disfrute en los partidos que presencio, pero no tanto en las versiones de algunos comentaristas, profesionales o aficionados. Digamos que a mí no suelen molestarme las obras de los autores sino las glosas de los testigos. Con sus excepciones, claro está.
Esa literatura futbolera (oral, escrita y visual) me parece que ha dado frutos memorables, antológicos. Pero también genera una cantidad de ruido enorme que lo único que hace es distorsionar la sintonía general. Me refiero a los típicos talibanes de barra de bar que identifican la pasión por un equipo con una garantía de exactitud, con un certificado personal de verdades y aciertos. Esos que piensan –y a veces hasta lo escupen–: «Esto es así porque lo digo yo». «Y ha sido penalti». «Y estaba en fuera de juego». Sin rechistar. Burrancos del argumento y de la insistencia; gente que te invita a ponerle distancia a tu afición futbolera. A pesar de todo, me parece que aquí también hemos avanzado y ya no tendría tanto sentido aquella descalificación de Unamuno: «Lo cierto es que todas esas gentes que se pasan media vida hablando de fútbol son gentes que maldita la pena que vale el que hablen de otra cosa».

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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