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Ponerse a la cola

España era, como Rusia en el siglo pasado, el país de las colas. Unas cuantas generaciones de españoles tuvieron que doctorarse en el arte de hacer cola, en el oficio de esperar, guardando turno para las cartillas de racionamiento, para afiliarse a la emigración, para aspirar –quienes podían– al primer coche importado, para asistir a los toros o para entrar en el campo de fútbol el día de las grandes competiciones… Tras los años del ‘desarrollismo’ las colas ya se formaban en otras circunstancias, digamos que en las grandes urbes con miles de vehículos saliendo de vacaciones en desbandada hacia la playa o hacia el pueblo de origen, a pasar unos días con la familia. Sin embargo, hasta que han vuelto a imponerse con todo su dramatismo las ‘colas del paro’, yo las mayores colas en España no las había visto en los campos de fútbol o en las plazas de toros, sino en los museos. Colas como las que serpenteaban hace años en el Museo del Prado durante las antológicas de Velázquez o la más reciente de ‘El Hermitage en el Prado’. Colas monumentales como las de la muestra dedicada a Dalí en el Museo Reina Sofía o la del Museo Thyssen centrada en la obra del gran Antonio López.
Una España donde padres de adolescentes contratan a intermediarios para coger sitio en las colas de los conciertos. Un país en que el acceso a los bienes culturales ha crecido exponencialmente a pesar de los cataclismos y las ‘malas artes’ de Wert.
Pienso en todas estas cosas recorriendo las salas de la Fundación Mercedes Calles, donde se exhibe hasta final de mes la exposición ‘Il furore della Ricerca’ (’El furor de la búsqueda’) con obras, entre otros, de Tiziano (aprovechen y vean su hipnóptico ‘Retrato de Hipólito de Medici), José de Ribera, Veronés, Artemisia Gentileschi o Il Guercino. Y recorriendo también las salas de la Fundación Helga de Alvear, que acoge hasta final de año una muestra, ‘Las lágrimas de las cosas’, que nos interroga y nos invita a reflexionar acerca de las pasiones propias y ajenas. En una entrevista concedida recientemente a un diario económico, Helga de Alvear, la galerista y coleccionista alemana que trajo a Cáceres su magnífica cosecha de arte, confesaba que ha cumplido casi todos sus retos, pero que sueña con una obra que tiene título: ‘Who’s Afraid of Red, Yellow and Blue’, de Barnett Newmanen. «Lloras con esa pieza, pero sólo está al alcance de la jequesa de Catar», confiesa con humor.
Les invito a que pongan en el buscador de Internet el nombre del pintor y el título de la obra. Verán que se trata de piezas con una cotización astronómica, a pesar de que muchos ciudadanos no familiarizados con el arte moderno ya se sabe que no pagarían ni el precio del papel para envolver el lienzo. Y es más que probable que la Fundación Helga de Alvear posea obras tan valiosas como las de Barnett Newmanen, aunque la propia Helga exprese su debilidad por los cuadros del artista norteamericano. ¿Y qué tiene que ver todo esto con las colas?, se preguntarán. Muy sencillo, en Cáceres pueden admirarse, gratis y sin hacer colas, obras maestras de todos los siglos. ¿Eso cuánto vale?

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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